Xenofobia
Esos cadáveres, ¿cayeron en suelo español o marroquí? Se pasan el muerto porque la cabeza de un ministro está en juego. En sentido figurado, claro. Hay otros que sí se apuestan el pellejo
Primero, los números: 2.000, 23, 60, 5.000. Así dichos no impresionan nada. 2.000 personas intentaron cruzar la valla de Melilla en junio. 23 murieron, según el recuento oficial. Más de 73, según las ONG. Arcadi Espada ha escrito en algún sitio que los periodistas tendemos a hacer esa trampa: das el dato oficial, das el dato de la contraparte y el lector que haga la media. Pero la verdad no es una media. El corazón de Dios solo sabe contar hasta uno, y por eso importa que tenga que hacerlo 23 o 70 veces siete. El debate hoy en España no va de números, sino de lugares. Esos cadáveres, ¿cayeron en suelo español o marroquí? Se pasan el muerto porque la cabeza de un ministro está en juego. En sentido figurado, claro. Hay otros que sí se apuestan el pellejo.
Difícil apuesta. ¿Lo haría usted? El portavoz del sindicato mayoritario de guardias civiles declaró a El Mundo el mes pasado que «a una persona que cruza una frontera con violencia no se le puede premiar ni tramitar un derecho al asilo». Tiene razón. La caridad tiene un orden, y un Estado —suponiendo que fuera sujeto de virtudes— está en primer lugar obligado con sus súbditos. Pero hace falta tener el alma endurecida para no sufrir al ver esos muertos sin nombre y esos vivos sin futuro. Y para pensar que la integridad de nuestra democracia depende de a qué lado de la valla se nos mueren.
Hace unas semanas, los medios daban cuenta de la llegada de unas 5.000 personas procedentes de Sudán y otros puntos de África a Nador, un pueblo marroquí al lado de Melilla. Son muchas biografías juntas. Serán buenas personas. O malas. O normalillas. Como a este lado del alambre, vamos. Pero tienen en común que sus vidas de antes están tan disminuidas que las arriesgan por la posibilidad de otra aquí. Hay quien mira a los 5.000 que esperan agazapados alrededor del monte Gurugú y ve bárbaros o, peor, un problema administrativo. Esperan soluciones, pero lo primero que necesitan es un corazón que sepa compadecerse. Podemos mirar y ver hombres como nosotros, con idénticos anhelos, sufrimientos y esperanzas. ¿No sirve de nada? Haga la prueba. Nada más práctico que una buena teoría.
La palabra griega ξένος [xénos] abarcó toda una gama cromática de significados, que van del extraño o extranjero al huésped o el invitado. Admiro las raíces de esa palabra que, con honda sabiduría, reconoce una cierta praxis con el diferente. La actitud propia hacia el extraño es la hospitalidad. Yo creo que, apretándole un poco las tuercas a la lingüística, podríamos concluir que el xenófobo no solo desprecia al extranjero sino que, al final, por esa misma dinámica, hará lo mismo con sus invitados. Tenemos un solo corazón, no nos engañemos. Ese músculo puede ensancharse para que quepan todos, o, si se atrofia, al final difícilmente cabe uno mismo. Un síntoma de esta patología cardiaca es precisamente dejar de ver hombres para encontrarse números: 2.000, 23, 70, 5.000. Así dichos no impresionan nada.