Voz del que grita en el desierto - Alfa y Omega

Voz del que grita en el desierto

II Domingo de Adviento

Daniel A. Escobar Portillo
'Predicación del Bautista en el desierto', de Massimo Stanzione. Museo del Prado
Predicación del Bautista en el desierto, de Massimo Stanzione. Museo del Prado. Foto: Museo Nacional del Prado.

La cercanía de la llegada del Señor y, con él, del Reino de los cielos provoca la llamada a la conversión. Como el último de los profetas, Juan Bautista es quien se encarga de realizar este anuncio, continuando la tradición profética previa. De ahí la referencia que el pasaje hace al profeta Isaías. La presencia y la predicación de Juan en los evangelistas es el pórtico de la predicación de Jesús. Por eso, conviene detenerse un instante en cuál es el fundamento de la llamada a la penitencia y a la conversión: «está cerca el Reino de los cielos». No sería posible exigir ese movimiento radical del corazón de los hombres sin la certeza de una novedad, de que algo va a pasar. Dios se hace presente como alguien que viene a atajar el mal de raíz. No se trata de un optimismo falso: si es posible preparar el camino del Señor y allanar sus senderos es porque Dios mismo lleva la iniciativa y viene ya.

La figura del Bautista

El desierto es el lugar donde se presenta Juan. La Escritura asocia este escenario a la soledad, al silencio y a la prueba. Pero también a la preparación para la misión y el encuentro con el Señor. Hemos de notar que lo que va a ocurrir es que está a punto de comenzar el ministerio público del Señor y, para ello, es necesario disponerse. El mismo Jesús también se retirará al desierto para ser tentado. Sin embargo, antes de comenzar su predicación quiso recibir también el Bautismo de Juan, queriendo mostrarnos que para anunciar y acoger el Reino de Dios es condición necesaria la voluntad de cambiar. La figura austera y, en cierto sentido, violenta del Bautista, quien «llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre» ayuda, asimismo, a comprender que la acogida del Reino de los cielos debe ir unida a un desapego por la apariencia y a huir del mundo engañoso e ilusorio que nos podemos crear. Sabemos que la preparación de la Navidad en nuestra sociedad no está dominada precisamente por el signo de la austeridad, sino que, a menudo, somos invitados más bien al derroche. Aun así, tampoco se circunscribe el cambio que se nos pide en este domingo a evitar la Navidad consumista. El punto central de la enseñanza de Juan no consiste en una llamada a conformar nuestro modo de vida con un estilo lo más parecido posible a los sobrios hábitos del Precursor. Se nos pide más bien huir de la autosuficiencia y del conformismo. Esto es, de hecho, lo que Juan denuncia de los fariseos y saduceos que iban a bautizarse. Además, la presencia y las palabras del Bautista son duras e interpelan a los oyentes. No presenta el Bautista una imagen pacifista precisamente al llamar «raza de víboras» a algunos de sus bautizandos o cuando les advierte que «todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego».

La llegada del tiempo definitivo

Más allá de la denuncia profética, lo que Juan está haciendo es anunciar la venida del Señor, unida a dos hechos con carácter definitivo: en primer lugar, el bautismo con Espíritu Santo y fuego; en segundo lugar, el juicio del Señor, que es introducido con la imagen de la separación del trigo y la paja. La venida del Señor implica la llamada, una vez más, a estar preparados para el discernimiento que llevará a cabo el Señor. Para poder participar de la justicia que florecerá y de la paz que abundará eternamente, como canta el salmo responsorial de este domingo, es necesario prepararse, de manera que no nos convirtamos en árbol talado o en paja destinada al fuego.

Evangelio / Mateo 3, 1-12

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo:

«Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión.

Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».