Voto católico en Estados Unidos: sin claro vencedor
Joe Biden recupera cinco puntos entre sus correligionarios respecto a los comicios de 2016, mientras que Donald Trump gana votos entre los católicos hispanos, que le dieron la espalda hace cuatro años
«Los últimos datos del voto católico proyectan un 50 % para Donald Trump y un 49 % para Joe Biden», según declara a Alfa y Omega el profesor Mark James Rozell, decano de la Escuela de Política y Gobierno en la Universidad George Mason, sita en el Estado de Virginia, al lado de Washington, la capital política de Estados Unidos. Al iniciar su desglose de la última y muy reñida elección presidencial –aún colean varios recursos–, Rozell destaca el progreso general del Partido Demócrata –cinco puntos porcentuales en total–, teniendo en cuenta que el 53 % de los católicos norteamericanos se decantaron por Trump en la elección de 2016. «Los estados clave del Colegio Electoral en el medio oeste superior del país tienen un gran número de votantes católicos y, dada la estrechez de los resultados en esa zona, es probable que el voto católico haya sido fundamental para la victoria final de Biden». El futuro inquilino de la Casa Blanca también mejora los resultados de Hillary Clinton entre los votantes católicos demócratas de raza blanca –42 % frente al 37 %– y mantiene a los católicos hispanos como uno de los más sólidos apoyos electorales de su partido: el 67 % le ha otorgado su confianza. Sin embargo, el republicano Donald Trump también ha ganado cuatro puntos entre esos mismos votantes. Así, a primera vista, puede sorprender, si se tienen en cuenta las políticas hostiles a la inmigración del aún presidente, por no hablar de su retórica. El motivo de este aumento de votos reside, para Rozell, en que «sus planteamientos conservadores en el plano social han convencido a los católicos hispanos cuyas convicciones religiosas están más arraigadas».
El sentimiento se extiende a todos los católicos conservadores, sea cual sea su procedencia: agradecen al presidente Trump su apuesta por políticas sociales conservadoras, de modo especial los nombramientos de jueces conservadores en los tribunales federales. Y no solo en la Corte Suprema. «Para aquellos católicos que priorizan el tema del aborto sobre otras cuestiones políticas, nombrar jueces conservadores es el criterio de votación más importante», señala Rozell, que a continuación añade: «No importa cuánto puedan objetar algunos de estos católicos conservadores al comportamiento personal de Trump, lo pasaron por alto en favor de su promesa de nombrar siempre jueces conservadores en los tribunales. Tres nombramientos para la Corte Suprema de Estados Unidos en especial es una gran victoria para los conservadores religiosos». La reciente incorporación de la muy católica Amy Coney Barrett al máximo órgano judicial estadounidense es el remate idóneo a cuatro años de estrategia.
Alianza con protestantes
Una estrategia que sirve, asimismo, de claro indicador de la solidez de la alianza entre los conservadores católicos y los pertenecientes a las iglesias protestantes en la política norteamericana. Rozell lo certifica: «Estos grupos se unieron para apoyar la reelección de Trump este año, liderados por evangélicos blancos que votaron al 76 % por el presidente». Si bien en el pasado se produjeron tensiones entre ambos grupos, desde entonces se han unido para apoyar a los republicanos en cargos públicos al compartir objetivos políticos sobre el aborto y otras cuestiones sociales o morales. La consecuencia es previsible: «La relación se ha fortalecido a lo largo del tiempo, hasta el punto de que estos dos grupos constituyen el bloque de votación más confiable para los republicanos que aspiren a un cargo».
Por lo que respecta al católico Biden, sus continuas referencias a su educación religiosa y al papel determinante que la fe ha jugado en su vida fueron vistas por algunos analistas como un intento claro de cortejar a sus correligionarios, como si la pertenencia religiosa fuera aún un elemento esencial a la hora de votar. «Es dudoso que su identidad católica sea lo que convenció a los católicos de votar por él», replica Rozell, que pone como ejemplo las diferencia entre la América de hoy y la de hace seis décadas: «En 1960, cuando John Kennedy se postuló para presidente, la identidad católica era muy importante para los votantes católicos que, en ese momento, eran una minoría poco representada en el Gobierno estadounidense. Hoy en día, los católicos están perfectamente integrados en las corrientes principales del Gobierno estadounidense, por lo que ya no dan la importancia de antaño a la identidad religiosa».
Lo cual no significa que no quieran preservar su especificidad. De ahí ciertas complejidades en la relación de los católicos estadounidenses con el Papa Francisco, que Rozell califica, en términos generales, de «fuerte», aunque matiza que las opiniones serán algo distintas según se hable con católicos de un partido u otro: «Los demócratas tienden a tener una opinión muy positiva del Papa que habla de justicia social, ayuda a los pobres, apoyo a los nuevos inmigrantes y compasión por los miembros marginados de la sociedad», mientras que la de los republicanos menos positiva, «ya que lo ven demasiado alineado con la ideología política progresista y blando con la doctrina religiosa, disgustándoles de modo espacial sus ideas críticas sobre la economía de libre mercado».