El Descendimiento, de Caravaggio, obra cedida por los Museos Vaticanos, con la mediación de Papa Benedicto XVI, forma parte de un recorrido temático presentado como La palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo en el Museo del Prado, con explicaciones artístico-teológicas de otras dieciocho obras maestras como la Adoración de los Magos, de Rubens, el Lavatorio, de Tintoretto, el Cristo crucificado, de Velázquez, o la Resurrección, de El Greco.
Esta excepcional obra maestra fue realizada por Michelangelo Merisi (1671-1610), el Caravaggio. Contaba el artista 31 años cuando recibía este contrato (1602) de Girolamo Vittrici para una iglesia del siglo XII, Santa María Vallicella, tras la reconstrucción, la Chiesa Nuova, de Roma.
Caravaggio era la vanguardia. Partiendo de los grandes maestros, había roto con la estética idealista neoplatónica, apostando exclusivamente por la realidad. Su evolución pictórica, el tenebrismo, consiguió, tras duras críticas, el aplauso de su época y llegó a ser considerado como el mejor pintor de Roma.
Aquí prescinde del escenario, apostando en exclusiva por un tono neutro oscuro sobre el que se mueven hombres y mujeres, jerarquizados por la luz. El género religioso cobra especial intensidad en su obra, pero en ésta en concreto el asunto ya es en sí una novedad. No representa el descendimiento; tampoco Cristo está siendo introducido en la tumba. Expresa el momento previo, con Cristo imponente en forma y luz, a su deposición en la piedra que luego cerrará el recinto funerario, para ser preparado y ungido. Con la búsqueda del movimiento, quería dar instantaneidad e intensidad emocional al suceso, y lo conseguía con diagonales para cuerpos, gestos, o con la dirección de la mirada.
El acontecimiento cristiano se da en un encuentro, en esta ocasión de dolor. La comunidad humana próxima a Cristo vive con intensidad su dramática experiencia. Nicodemo está agachado, sujetándose una mano con otra para que no se le resbale el cuerpo. Un hombre avejentado, tal vez el propio Pietro Vittrici, beneficiario de la capilla del cuadro, nos mira desde este personaje, involucrando al espectador. Sus anatómicas piernas nos reclaman, aquellas que le llevaron a aquel encuentro con el Maestro en el que comprendió que un hombre viejo podía nacer de nuevo, del agua y del Espíritu.
San Juan sujeta el cuerpo desfallecido y pone la mano derecha sobre la herida del costado. Es el único evangelista que cita la herida producida por la lanza. María Magdalena, abatida por un llanto sereno. Y María, en un gesto de abrazo para todo el cuerpo del Hijo, rememora la cruz en sus brazos, compartiendo con el Hijo la pasión por la Humanidad. María Cleofás, madre de Santiago el Menor y Judas Tadeo, testigo de la Pasión y la Resurrección, con rostro desmayado, levanta los brazos hacia un cielo, oscuro, suplicando al Padre.
ón de Caravaggio por la realidad, a través de la cual Dios se manifiesta, ha hecho que este autor sea uno de los preferidos por la Iglesia católica para dar a conocer el acontecimiento cristiano.
Elena Simón
Profesora del Museo del Prado