Vitoria recupera la memoria de sus cinco obreros asesinados
Diversas instituciones de Vitoria, entre ellas el Obispado, se unirán de forma oficial este jueves para recordar a los trabajadores atacados por la Policía el 3 de marzo de 1976
Pedro María, Francisco, Romualdo, José y Bienvenido «no eran gente con un protagonismo político ni sindical». «Eran trabajadores normales y corrientes que estaban participando en las luchas de la época», explica a Alfa y Omega Santiago de Pablo. Es experto en Historia Contemporánea del País Vasco y representa al Obispado de Vitoria en el patronato del memorial que se oficializará este 15 de febrero en honor a los cinco fallecidos el 3 de marzo de 1976. Fue una jornada considerada como la mayor matanza de la Transición, en la que la Policía desalojó por la fuerza a los 4.000 obreros reunidos en la iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio de Zaramaga, y abrió fuego contra ellos, acabando en el acto con la vida de tres. Otros dos fallecieron en días posteriores. De Pablo califica el suceso como «trágico». «Es un hito no solamente para Vitoria, sino para España en general». Por eso, el Gobierno vasco, el Ayuntamiento de Vitoria, la Diputación Foral de Álava, el Obispado de Vitoria y varias asociaciones de víctimas se han puesto de acuerdo en dedicar un lugar exclusivo a la memoria de los asesinados. Será en el interior de la iglesia donde se reunieron antes de sufrir las cargas. El templo está desacralizado desde 2014 «y es el lugar alrededor del que sucedieron los hechos», subraya el historiador.
Preguntado sobre por qué el homenaje llega 48 años después del suceso y no antes, Santiago de Pablo explica que «el XXI es el siglo de la memoria». «Durante algunos años a las víctimas de la Guerra Civil y de ETA no se les hizo mucho caso, pero ha habido después un movimiento de recuperación». Una preocupación que implica bucear en un pasado doloroso, para lo que es imprescindible «hacerlo bien, sin dar una visión presentista ni parcial de los hechos y atenerse a ese recuerdo».
Pero, a pesar de la prudencia que requiere hablar del episodio, Santiago de Pablo considera indiscutible que en la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco «los problemas laborales eran políticos, las autoridades no eran democráticas y las Fuerzas de Seguridad no estaban acostumbradas a resolverlos como haríamos más adelante». «El 3 de marzo de 1976 supuso que se viera la ineficacia del Gobierno de Carlos Arias Navarro y que unos meses después llegara Adolfo Suárez e iniciara la Transición de verdad», recalca.
«Hay que tener en cuenta que el movimiento obrero de Vitoria no estaba organizado por los sindicatos que hoy conocemos, sino que eran asambleas de barrio con cierta desorganización», advierte De Pablo. Un contexto en el que «la labor de la Iglesia era muy importante, porque durante el franquismo existía la tradición de ser lugar de acogida donde sí se podían hacer reuniones».
No solo les escuchaban y prestaban un techo. También, en el día de las cargas «intentaron hablar con la Policía» para desescalar la situación y evitar el derramamiento de sangre que se acabó dando. Un delicadísimo contexto en el que los sacerdotes se enfrentaron al rechazo tanto de cuadros del régimen franquista como de los sindicalistas más radicales.
El historiador cuenta además que, tras los conocidos como sucesos de Vitoria, «aunque había diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia, se apoyó a las víctimas y trabajadores y se hizo un multitudinario funeral en la catedral nueva, el templo más grande de la ciudad». Una ceremonia con una sentida homilía que, para evitar tensiones, los sacerdotes locales presentaron previamente al obispo Francisco Peralta y que, tras retirar algunos párrafos, acabó pronunciando Esteban Alonso, párroco de San Francisco de Asís. Finalmente, Santiago de Pablo recalca que «la historia del barrio no se entendería sin los sacerdotes que se implicaron en los problemas sociales» de los vecinos llegados de toda España a Zaramaga durante los años 60.