De la insuperable contribución de la Iglesia a la Transición. Impulsora de la democracia - Alfa y Omega

De la insuperable contribución de la Iglesia a la Transición. Impulsora de la democracia

Pocos mitos modernos han calado tan rápidamente en la opinión pública como el de que la Iglesia fue aliada y cómplice del régimen de Franco, y que no vio llegar con buenos ojos la llegada de la democracia. Sin embargo, la Transición democrática fue preparada desde dentro de nuestras fronteras desde hacía muchos años, gracias a la labor discreta, pero eficaz, de los obispos españoles y de la Santa Sede

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Pablo VI con cardenales y obispos, entre ellos los españoles Herrera Oria, Tarancón, Bueno Monreal, Morcillo y don Marcelo.

No pudo ser fácil el papel que jugó la Iglesia en buena parte del siglo XX, debido a las difíciles situaciones que se dieron durante la Segunda República, la Guerra Civil y la Transición. La labor de los obispos no ha sido -o no ha querido ser- bien entendida por la historiografía moderna, y es algo que ha pasado falseado a la opinión pública, bajo el prejuicio de que la Iglesia fue la mejor aliada de Franco. El historiador don Luis Suárez es tajante al afirmar que, echando la vista atrás, «se puede decir que fue precisamente la intervención de la Iglesia católica lo que evitó que España, en aquellos años, se convirtiera en un satélite de Hitler, o en un satélite de la Unión Soviética. Sin duda, la Iglesia libró a España de los dos totalitarismos del siglo XX».

En un período que duró cuarenta años y que siguió a episodios tan turbulentos como la Segunda República y la Guerra Civil, no se puede juzgar a la ligera las relaciones de la Iglesia con el poder político. Antes y durante la guerra, la Iglesia sufrió la persecución hasta el martirio: además de la quema y el espolio de sus templos, más de 10.000 sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados en la zona republicana no por sus ideas políticas, sino exclusivamente por su fe católica. No es de extrañar que viera la llegada de las tropas nacionales como una liberación; pero eso no sucedió hasta un año después de desatada la contienda, en la Carta conjunta que firmaron los obispos españoles en 1937. Don Vicente Cárcel Ortí, historiador y autor de numerosos libros que documentan las claves de la persecución religiosa y de las difíciles relaciones de la Iglesia en aquellos años, señala que «está probado que la Iglesia, al principio de la República, sufrió una persecución, al principio sin sangre, y durante la Guerra Civil sufrió miles de asesinatos. Por eso, la Iglesia no tuvo más remedio que ponerse de un lado o de otro, y está claro que no se puso del lado de los asesinos. De todos modos, los obispos tardaron un año en ponerse a favor del levantamiento militar, cuando ya contaban con 6.500 mártires».

Una desvinculación progresiva

Lo que no mucha gente conoce es que fue inmediatamente después de acabar la guerra, en 1939, cuando comenzaron las primeras fricciones con el régimen de Franco.

Don Vicente Cárcel explica que «los obispos percibieron en el nuevo Estado una tendencia al totalitarismo que entonces estaba triunfando en Alemania e Italia. El régimen sufrió las críticas del cardenal Gomá, que no quería que el nuevo Estado tuviera una inspiración totalitaria. Se puede decir que la Iglesia fue la primera voz crítica con el nuevo régimen político; algo que se confirmó en el año 40, cuando el obispo Pla y Deniel firmó una Carta censurada por las autoridades. Al final, Gomá moriría amargado porque el régimen que él había apoyado no se había convertido en lo que él esperaba. En cualquier caso, desde el primer momento, la Iglesia está con el nuevo régimen, pero en una actitud muy crítica. Hubo muchas fricciones y polémicas, pero no trascendían porque en España había una censura en los medios de comunicación».

Los trabajos del Concilio Vaticano II supusieron la crisis más grave entre la Iglesia y las autoridades; pero, más que el Concilio, cabe resaltar la figura del Papa Pablo VI. «El Papa —afirma don Vicente— quería revisar la actitud de la Iglesia frente al régimen. Era algo que se quería hacer con mucha calma y prudencia, y la Santa Sede se sirvió del cardenal Tarancón para ello. El dato es que, a partir de 1963-64, empieza un progresiva desvinculación del régimen, por parte de una Iglesia que tuvo una labor discreta, pero activa e incisiva».

Preparando la Transición

Antes de ser elegido Papa, Pablo VI había trabajado en la Secretaría de Estado vaticana, desde los tiempos de la Guerra y la República españolas, por lo que tenía claro cuál debía ser el papel de la Iglesia en las nuevas circunstancias históricas y políticas. Don Vicente Cárcel explica que «Pablo VI tenía claro que la Iglesia en España debía prepararse para la democracia»; y cita un episodio significativo: «Apenas lo eligen Papa, al día siguiente de su elección, Pablo VI hace una visita al cardenal Pla y Deniel en el Colegio Español, de Roma. Fue como si dijera: Mi prioridad es España. Fue un gran gesto para con nuestro país. Él veía que el régimen no tenía futuro, y no quería que se acusara injustamente a la Iglesia de lo que, paradójicamente, se la acusa hoy en día».

Ya en los años 70, los obispos españoles publicaron el documento La Iglesia y la comunidad política. «Ésa fue ya la ruptura con el régimen —señala don Vicente Cárcel Ortí—, pero la Iglesia ya se había adelantado 10 ó 12 años a lo que luego se llamaría la Transición democrática». Y cita una fecha importante, como fue la toma de posesión del rey, «en la que el cardenal Tarancón pronunció una homilía que marca las pautas de lo que debía ser la España del futuro y de lo que tiene que ser el rey y la actuación de la Iglesia en esa nueva España. Fue una ruptura total con el pasado».