Visitadores de enfermos, en la Pascua del Enfermo. Cuando el Señor devuelve la visita - Alfa y Omega

Visitadores de enfermos, en la Pascua del Enfermo. Cuando el Señor devuelve la visita

Este domingo, la Iglesia celebra la Pascua del Enfermo. Por sus dolencias, pocas veces salen de casa, nadie los ve, no reciben muchas visitas…, pero ni Cristo ni la Iglesia se han olvidado de ellos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Cristina, el grupo de visitadores de enfermos, la familia, el Evangelio…, y Cristo en el centro de todos.

Pocos saben que, cada viernes, en el madrileño barrio de Prosperidad, Cristo sale en procesión. No es el Corpus Christi, pero casi: semana tras semana, algunos feligreses de la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús llevan la Comunión a varios enfermos que se ven impedidos para salir de casa.

A un par de manzanas de la parroquia, vive Cristina: cien años, diez nietos y diez bisnietos. Lee el periódico, hace punto…, y sonríe con una paz llena de lucidez. Alguno de sus bisnietos corretea por la casa cuando llega el grupo de visitadores. Después de un rato hablando de todo un poco, don Aurelio, uno de los sacerdotes de la parroquia, extiende un corporal sobre el que deja el portaviático con las Sagradas Formas; todos se levantan para leer un fragmento del Evangelio, y poco después Cristina puede comulgar como lo hacía con frecuencia hace algún tiempo, cuando podía salir de casa con más facilidad.

Vecina de Cristina es Isabel, otra de las enfermas a quien visita la parroquia desde hace tiempo. Los visitadores le proponen sumarse a la Unión de Enfermos Misioneros, para ofrecer sus dolencias por algún misionero concreto. «Me parece un buen trabajo, pero ¿lo podré hacer bien?», duda Isabel. «¡Mejor que otros!», le contestan.

Un poco más tarde, Lucila, de 99 años, recibe al grupo con una sonrisa enorme y musitando: Aleluya, aleluya… Enseguida se queda a solas con don Aurelio para poder confesarse; y al rato ya está de nuevo con todos, contando cómo, en los años de la guerra, trabajó censurando las cartas de los soldados, y cómo salvó de graves problemas a muchos de ellos haciendo la vista gorda ante el contenido de sus cartas. También narra cómo enseñaba a leer a muchos de ellos, analfabetos. «Dios me dio la idea», explica. Y es que, «a mí, me ayudó mucho Dios en aquella época», recuerda Lucila. Y lo sigue haciendo: al despedirse, con una gran sonrisa y la mano en el corazón, dice: «Me quedo muy contenta con mi Confesión y todo…».

También con los cuidadores

Uno de los asuntos más delicados de la pastoral de enfermos es la relación con las familias. A veces, ponen pegas a la llegada de los visitadores, aunque es un servicio voluntario que piden los propios enfermos; pero también hay ocasiones en las que se abren y se consolidan lazos muy estrechos; como el de aquel profesional que, tras el fallecimiento de su mujer, cuidaba de su suegra con una especial dedicación, y que, tras la muerte de ésta última, se incorporó al grupo de visitadores. O las hermanas que, después de haber conocido a los visitadores de enfermos, por la enfermedad de su madre, durante más de 16 años, hoy también forman parte de este grupo.

Y hay ocasiones en que el grupo no sólo visita al enfermo, sino también al cuidador, y le ofrecen la Comunión, porque muchas veces tampoco ellos pueden salir de casa para ir a la parroquia. Es el caso de Teresita, la cuidadora de Isabel, que ha venido de Nicaragua y también tiene mucho que ofrecer; o de Margarita, que cuida a Lucila «como si fuera mi mamá». También ellas reciben con alegría la visita que les ofrece la Iglesia.

Los visitadores de enfermos cuentan que es una actividad que engancha. Hablan con ellos, «a veces de toros y de fútbol», según lo que les guste; y al cabo de un tiempo «es como si visitaras a tu propia familia». Todos los días rezan por los enfermos que tienen encomendados. «No lo vivimos como si estuviéramos haciendo un favor a alguien; al final, es más lo que te llevas que lo que das», explican.

Ellos hacen posible el encuentro del Señor con los enfermos: antes iban a la iglesia a recibirLe; ahora, es el Señor el que devuelve la visita.

Unión de Enfermos Misioneros. Misioneros de retaguardia

En 1922, Margarita Godet, una mujer francesa, enferma, con parálisis, recibió una revelación en una peregrinación a Lourdes: «Entendí la belleza y la fecundidad del sacrificio»; y así, siguiendo los pasos de santa Teresita del Niño Jesús, se decidió a «ayudar a los sacerdotes, los misioneros y toda la Iglesia», fundando la Unión de Enfermos Misioneros. Como parte de las Obras Misionales Pontificias, tiene como objetivo principal encauzar las oraciones y los sufrimientos de los enfermos hacia la santificación de los misioneros; pedir por el aumento de misioneros; y pedir por la conversión de las almas que no conocen a Cristo. Para ello, se asigna a cada enfermo un misionero concreto por el que ofrecer oraciones y dolencias. Son misioneros de retaguardia, de cuyo sufrimiento se está beneficiando toda la Iglesia, porque el Señor recoge en un odre todas las lágrimas. Más información: Tel. 91 590 27 80; E-mail: uniondeenfermos@gmail.com