Viene para quedarse - Alfa y Omega

Viene para quedarse

Los enfermos son maestros en estar preparados en esta recta final del Adviento: les encanta recibir visitas de seres queridos

Gerardo Dueñas
«Alejandro pide cada día la visita, con urgencia»
«Alejandro pide cada día la visita, con urgencia». Foto: Freepik.

¿Nos gusta recibir visitas o las rehuimos? Quizá depende de quién sea quien viene, porque a veces evitamos a quien se acerca. Pero este es un problema de privilegiados, porque muchos sufrientes no tienen quien los visite o quien los escriba. Como a Lola, paciente fallecida hace unos años, que esperaba con alegría la Navidad cada año porque, a lo mejor y si tenía suerte, recibiría una felicitación navideña de su hija a quien hacía tanto tiempo que no veía. Quizá ese rehuir visitas nos dificulta vivir con hondura este tiempo espiritual.

En el Adviento nos preparamos para la venida del Señor, con la certeza de que «el que vino, viene y vendrá». Ese es el sentido de las luces, de los adornos navideños que ponemos por doquier y de tantos encuentros que completan nuestras agendas. ¿Cómo estar preparados en esta recta final del Adviento para celebrar de corazón la Navidad? En esto, una vez más, los enfermos son maestros; especialmente los que están solos, a quienes les encanta recibir visitas, y no digamos visitas de seres queridos. ¿Cómo se preparan y nos ayudan a prepararnos? Tres ejemplos de este tiempo nos pueden ayudar. Cada tarde, en la celebración, Alejandro interviene en la oración de los fieles y, cada tarde, desde hace años, pide: «Que venga mi hermana, con su marido, en cuanto acabemos y vaya a cenar a casa dos hamburguesas con kétchup y mostaza y un refresco. Y que mañana me duche por la mañana en su casa». Cada día pidiendo la visita, con urgencia, y disfrutándola tanto cuando —cada dos o tres semanas— se hace realidad.

El domingo me encontré al padre de María, paciente de mediana edad, buscando preocupado a su hija. Como cada semana, venía a visitarla y a merendar con ella y no estaba esperándole sentada en su andador junto al radiador en el vestíbulo principal. «¿Ha visto usted a María? A ver si le ha pasado algo». No había sucedido nada: María llevaba esperándolo desde después del café y había ido al baño. Apareció, balanceándose con su andador, cuando todavía estábamos su padre y yo hablando.

En el mes de octubre celebramos el Domund. Al pedir por los misioneros, Almudena llega a la capilla y en alta voz me dice: «Gerardo, que sea Navidad pronto. Ya no queda nada, ¿verdad?». Le contesto: «Queda todavía un poco, pero menos que en verano, Almudena». Y ella sentencia: «Yo quiero que sea Navidad ya».

Alejandro, María y Almudena desean de corazón la visita y la preparan. Viven el verdadero espíritu del Adviento. Alejandro lo pide cada día y me enseña a presentar con confianza nuestra oración, deseándolo profundamente: «¡Ven, Señor Jesús!». María hace lo que está en su mano: está, con el padre del hijo pródigo, esperando atisbar en el horizonte que llega aquel a quien tanto desea ver y, con su andador, sale corriendo hacia él. Almudena quiere que de verdad sea Navidad, que lo sea siempre, cada día de la vida; sin regalos, sin turrón y sin luces, pero que Dios nazca a nuestro lado; porque necesitamos esperanza, ternura, paz de corazón.

Con los tres, Dios mediante, celebraremos la Navidad, la visita más esperada: la de Jesús que nace aquí un poco antes, a las cinco y media de la tarde de Nochebuena; y que viene, no como otras visitas que solo pasan, sino que viene para quedarse. Por la vida de los tres y por la tuya, querido lector, y la mía pasa mucha gente. Pero la Navidad nos recuerda que Él viene y se queda y da la vida. Pero de eso hablaremos otro día. ¡Ahora esperémosle! ¡Feliz Navidad!