Victoria - Alfa y Omega

La Pascua nos habla de victoria. Nuestra vida necesita ciertamente una victoria, por ella nos movemos en todos nuestros afanes. Cristianismo es sinónimo de victoria. Si no, ¿por qué habríamos de seguirlo? Es verdad que debemos purificar nuestra imagen al respecto y recordar, con el gran Newman, que «la regla de la providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del fracaso», como nos ha mostrado Jesús en la cruz. Pero en todo caso, esa victoria no es una forma de hablar, es real, y por tanto debe imprimir un rastro en la historia. Estos días, siguiendo la actualidad, me parecía claro que ese rastro no es otro que la existencia (tan frágil como resistente) del pueblo cristiano a lo largo de la historia.

Se cumplen ahora 25 años del secuestro y asesinato de los monjes trapenses de Thibirine. Aquel evento fue una terrible tragedia para la pequeña Iglesia de Argelia, pero 20 años más tarde, se puede comprobar la inmensa fecundidad de su testimonio que ha permitido a los cristianos beneficiarse de una amistad y un respeto imprevisibles por parte de un gran sector de la población argelina musulmana, de modo que hoy la Iglesia en Argelia está en casa, y eso es una gran gracia, fruto del don de la vida de estos hombres. Paradójica victoria.

Las noticias de estos días nos llevan también a las calles de Myanmar, donde una monja completamente inerme, la hermana Ann Un Twang, se ha plantado de rodillas frente a los militares para impedir que dispararan a un grupo de manifestantes. Su victoria no consiste en haber impedido por un momento la masacre (que después ha proseguido) sino en haber mostrado ante el mundo el extraño poder de la fe en el Crucificado.

En la diócesis de Buenaventura, en el Pacífico colombiano, el obispo Rubén Jaramillo se mueve con una escolta policial debido a las amenazas de narcos y paramilitares por su denuncia del clima de violencia. Conoce bien la historia de otros hermanos obispos de la región, que han sufrido incluso la muerte por defender la dignidad de los pobres y la vida de los inocentes.

La victoria se documenta en el pueblo que sigue adelante por la gracia del Resucitado.