«Ver a 80 tíos rezando delante de un disco blanco fue un shock»
Nikola Djukic llegó hasta Medjugorje huyendo de su padre, que quiso asesinarle. Su conversión es una de las historias del nuevo documental sobre el lugar
De pronto, el padre de Nikola Djukic abandonó la estancia. Fue a por la pistola que guardaba en su habitación dispuesto a matar a su único hijo. «Yo estaba enganchado a la heroína y mi padre decidió acabar definitivamente con el sufrimiento al que estaba sometiendo a mi familia», asegura a Alfa y Omega.
Cuando su progenitor abandonó la habitación, el joven serbio aprovechó para escapar a la carrera, entre la nieve, a pesar de que estaba descalzo. Fue entonces cuando empezó un viaje a lo desconocido, hasta el punto de que se encontró con un Dios del que su familia comunista nunca le había hablado, y a quien al inicio llamaba «el disco blanco».
Al principio, Djukic encontró cobijo en casa de amigos, pero estos, poco a poco, fueron dejándole de lado. «Empecé a hacer de todo, incluso a traficar con droga, para drogarme yo». Los problemas se multiplicaron y, «con 23 años, no empecé a plantearme si me suicidaba o no, sino cómo lo iba a hacer», confiesa.
Justo entonces el Señor acudió en su auxilio. «Ya no tenía más fuerzas y pensé: “Dios mío, si existes, ayúdame”». Tan solo media hora después, se encontró con un amigo, también drogadicto, que le habló de la Comunidad del Cenáculo, fundada en 1983 por la madre Elvira y que tenía una de sus casas en la localidad bosnia de Medjugorje. «Me dijo que me darían alojamiento, comida y que todo era gratis».
Djukic completó los 600 kilómetros que le separaban de la comunidad en tres días. Una vez dentro, «me dijeron que había que rezar. Les contesté que no me interesaba y no me pusieron problemas. Al levantarnos, todo el mundo se iba a la capilla, calentitos, y yo debía salir fuera, con un frío increíble, a trabajar. Aguanté diez minutos y pedí que me dejaran pasar, aunque solo fuera para calentarme».Para alguien que había sido educado en el comunismo, entrar en la capilla y «ver a 80 tíos arrodillados delante de un disco blanco rezando fue un shock. Yo nunca había escuchado una oración y la escena me dio auténtico miedo», rememora.
Al principio «pensé que estaban todos locos, pero había una cosa que no podía negar: estaban felices y tenían una sonrisa enorme», subraya Djukic al mismo tiempo que reconoce que él, entonces, «no recordaba la última vez que había sonreído». «Lo que más me impresionó es que tenían luz en los ojos. Yo estaba acostumbrado a estar con gente que tenía oscuridad en la mirada».
Así fue cómo escuchó hablar por primera vez de Dios: «Me empecé a encontrar con Él, de rodillas delante de aquel disco blanco». Lo curioso es que después de pasar media hora en la capilla, «salía con una energía que no había sentido en mi vida. Los problemas seguían existiendo, pero cada vez tenía un pelín más ganas de vivir, y poco a poco me empecé a plantear la existencia de Dios».
En su proceso, le impactaba especialmente el Evangelio. «Escuchaba decir a Jesús que no había venido por los sanos, sino por los enfermos, es decir, por mí. Empecé a sentir su amor y a creer en su Palabra. No fue una conversión fulminante. No me caí del caballo como san Pablo. No. Fue poco a poco», concluye.
La historia de Nikola Djukic todavía se sigue escribiendo. De Medjugorje pasó a otra casa de la Comunidad del Cenáculo en Rusia, y después de casarse con Irene de Ramiro, recomenzó su vida en Madrid. En la actualidad, la pareja tiene tres hijos y sigue vinculada a Medjugorje, donde llevan anualmente a cientos de peregrinos.
Jesús García y Borja Martínez-Echevarría son los directores del documental Medjugorje, estrenado el 1 de octubre, pero «en realidad la directora, la guionista y la productora es la Virgen».
¿Cuál es el objetivo del documental?
Borja Martínez-Echevarría: Que la gente se haga preguntas. Y, por supuesto, que conozcan el amor que la Virgen María nos tiene. Ella nos ha dicho en Medjugorje: «Si supieseis cómo os amo, lloraríais de alegría». Pues eso.
¿Es una película solo para creyentes?
Jesús García: De hecho, a quien queremos llegar es a los no creyentes. Nosotros utilizamos siempre el mismo símil: dar de comer a los peces de la pecera es necesario, pero yo me siento llamado a salir mar afuera y allí encontrarme con las mantarrayas, los tiburones y los caballitos. También son hijos de Dios.
En Medjugorje hay muchos frutos, como el de Nikola. ¿Qué les sugiere?
B. M.-E.: Que algo está pasando. Hay mucha gente que está siendo curada, pero no son curaciones físicas, sino del alma, y ahí es donde se juega el partido. Si estás ciego y vuelves a ver, es una alegría, pero te vas a morir igual. Lo importante es que no muera el alma.