Urbi et orbi: «Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre» en Ucrania - Alfa y Omega

Urbi et orbi: «Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre» en Ucrania

El Papa ha impartido la bendición de una Pascua que ha definido como «Pascua de guerra» y ha recordado los conflictos en Siria, Myanmar o Afganistán

Redacción
Foto: Vatican Media.

A diferencia de la Vigilia de Pascua de este sábado a la que asistió, pero no presidió, este domingo Francisco sí ha presidido la misa de Domingo de Resurrección acompañado por unos 50.000 fieles en la plaza de San Pedro. Se trata de una celebración en la que el Papa no pronuncia ninguna homilía dado que, al término de la Misa, imparte la bendición urbi et orbi. Pero antes de asomarse al balcón de la logia central de la basílica para hacerlo, ha rezado el Regina caeli y, a continuación, ha recorrido en papamóvil la plaza de San Pedro prodigando saludos y gestos de cariño entre los entusiasmados fieles llegados de todo el mundo.

A las doce de la mañana puntual, antes de impartir esta bendición de Pascual a la Ciudad y al Mundo, ha ofrecido un mensaje en el que ha repasado aquellas situaciones que asolan la faz de la Tierra. Su intervención ha tenido un tono triste hasta el punto de que ha definido esta Pascua de 2022 como una «Pascua de guerra». Ha planteado si creemos realmente que Cristo haya resucitado dado que «hemos visto demasiada sangre y demasiada violencia»: «También nuestros corazones se llenaron de miedo y angustia, mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas tuvieron que esconderse para defenderse de las bombas. Nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte. ¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación?».

Una Cuaresma que parece no querer terminar

La respuesta que ha dado el Santo Padre es que Cristo verdaderamente ha resucitado y que «hoy más que nunca tenemos necesidad de Él, al final de una Cuaresma que parece no querer terminar». Una Cuaresma, ha dicho Francisco, que ha durado los dos años de la pandemia y de la que parecía que ya salíamos y que, «en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo».

Francisco lleva semanas denunciando que esta lógica cainita se ha cernido sobre Ucrania. Ha pedido por enésima vez la paz para «la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada»: «Que un nuevo amanecer de esperanza despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte. Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente, que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi 60 años: “¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?”».

El Papa también ha recordado a los civiles golpeados por la invasión —«llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas»—, muertos, refugiados y desplazados. Con especial pesar ha hablado de los niños: «mirándolos no podemos dejar de percibir su grito de dolor, junto con el de muchos otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer».

Criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico

Ha mencionado otros conflictos, abiertos o latentes, que laceran la humanidad. Ha invitado a que la guerra de Ucrania, no tan lejana como otras, remueva conciencias y «nos haga también más solícitos ante otras situaciones de tensión, sufrimiento y dolor que afectan a demasiadas regiones del mundo y que no podemos ni debemos olvidar». Entre esas situaciones, el Papa ha hablado de Siria, Irak, Líbano, Libia, los santos lugares, Myanmar o Afganistán. Su enumeración también ha pasado por África donde prosigue la guerra en Etiopía o persiste la violencia terrorista en el Sahel o en República Democrática del Congo. También América Latina «que, en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico». O «el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia Católica canadiense con los pueblos indígenas».

Por último, con semblante muy serio, ha insistido en que «toda guerra trae consigo consecuencias que afectan a la Humanidad entera: desde los lutos y el drama de los refugiados, a la crisis económica y alimentaria de la que ya se están viendo señales. Ante los signos persistentes de la guerra, como en las muchas y dolorosas derrotas de la vida, Cristo, vencedor del pecado, del miedo y de la muerte, nos exhorta a no rendirnos frente al mal y a la violencia. ¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!».