El pasado miércoles, 25 de enero, un hombre armado atacó dos templos de Algeciras (Cádiz). Asesinó al sacristán de la parroquia de Nuestra Señora de la Palma, Diego Valencia, e hirió a varias personas, entre ellas el encargado de la cercana capilla de San Isidro, el salesiano Antonio Rodríguez Lucena. Al conocer la noticia, aún más execrable porque para justificar el crimen se utilizó sacrílegamente el nombre de Dios, señalé en mi cuenta de Twitter (@cardenalosoro) que estábamos consternados. Unidos a las víctimas y a la Iglesia que peregrina en Cádiz, rezábamos y seguimos rezando «por el fin de la violencia —que destruye la vida y la fraternidad— y para que seamos “artesanos de paz”», en expresión del Papa Francisco.
La violencia, como subrayó el propio Obispado de Cádiz en una nota, es «contraria a la voluntad de Dios y a la enseñanza de la Iglesia» y «perturba profundamente la vida social». Los creyentes hemos de ser conscientes de que «el culto a Dios sincero y humilde “no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos”» (Fratelli tutti, n. 283). Desde ahí, siempre sumaremos esfuerzos a favor de la paz, «del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común» (cfr. Documento sobre la fraternidad humana).
Con la convicción de que «la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir», prolongando así el diálogo amoroso de Dios (cfr. Ecclesiam suam), este mismo miércoles, 1 de febrero, participé en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en un encuentro de Pacto de Convivencia. Formamos parte de esta plataforma representantes de instituciones colegiales, universitarias, confesiones religiosas —entre ellas, el Arzobispado de Madrid— u ONG que, sin renunciar a nuestra identidad, estamos preocupados por la convivencia en paz, el respeto mutuo, el buen trato y la cohesión social. Al cumplirse una semana del ataque de Algeciras, alzamos la voz para condenar «de manera absoluta y sin paliativos» la violencia; denunciamos la radicalización y los discursos de odio, y remarcamos nuestro compromiso con la dignidad de cada persona y con la convivencia.
Me conforta destacar el abrazo y el pésame que recibí en ese encuentro del secretario de la Comisión Islámica de España, Mohamed Ajana. Desde el primer momento, en un comunicado, se mostraron «conmocionados por la abominable acción criminal asesina y desalmada, en el terrible ataque contra religiosos y fieles inocentes, en un espacio sagrado de nuestros hermanos y conciudadanos católicos en Algeciras, perpetrado con total desprecio a la vida humana y a los siervos de Dios», y mostraron su «más rotunda repulsa y condena».
En el acto de Pacto de Convivencia percibí, asimismo, la cercanía y el cariño de la sociedad civil hacia la Iglesia católica en unos momentos tan difíciles, en estos días de conmoción y duelo. Agradecí su aliento y su preocupación por la diócesis gaditana y, muy especialmente, por la familia del sacristán fallecido. Creo que él —que en paz descanse—, con su presencia permanente y muchas veces callada en el templo, es un ejemplo de cómo tenemos que estar los cristianos en el mundo: mirando al Padre y a los hermanos, siempre dispuestos a echar una mano, preocupados por el de al lado.
Que el Dios de la Paz nos ayude a prevenir estos crímenes terribles y que las religiones mostremos que la fe en Él es un firme anclaje en la trascendencia que, lejos de negar nada humano, posibilita la fraternidad.