Una Semana Santa con el corazón puesto en Ucrania
El Triduo Pascual presidido por el Papa se ha hecho eco del terror, la escasez, la miseria y los traumas que marcan a las víctimas de las guerras. «La paz es necesaria», aseguró
Irina y Albina son amigas desde hace años. Son dos mujeres entregadas a cuidar de la fragilidad al final de la vida. Irina es enfermera del Centro de Cuidados Paliativos Juntos por la Cura, de la Fundación Policlínica Universitaria del Opus Dei. Albina estudia tercer año de la carrera de Enfermería en la universidad Campus Bio-Medico de Roma. Pero no contaríamos sus historias si no fuera por lo que pone en sus pasaportes. La primera es ucraniana; la segunda, rusa. Ambas entrelazaron sus manos para llevar la cruz en la XIII estación del vía crucis que el Papa presidió el Viernes Santo desde el palco habilitado ante el Coliseo. Ese intercambio de miradas reconciliadas le dijo al mundo que la paz es más grande que el odio y la venganza. Pero no todos lo vieron así. La guerra arrasa con todo lo que se le pone por delante, y también con las buenas intenciones. El líder de la Iglesia grecocatólica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, atribuyó la idea a «soñadores vaticanos», y dijo que era ofensivo hablar de reconciliación mientras las tropas rusas atacaban el país. Hasta el embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash, alertó en redes sociales de las «posibles consecuencias» de realizar el vía crucis. Tal fue el rechazo que hasta las televisiones católicas de Ucrania dejaron de retransmitirlo.
Francisco es un pastor y no un político. Pero el Vaticano hizo un tenso ejercicio de equilibrios diplomáticos y acabó suprimiendo el texto que iba a ser leído mientras Irina y Albina caminaban juntas por la paz. Sin entrar en la polémica, lo sustituyó por uno mucho más breve: «Ante la muerte, el silencio es la palabra más elocuente. […] Que cada uno en su corazón rece por la paz en el mundo», pronunció un lector mientras las dos mujeres, como estaba previsto, sostenían abrazadas la cruz.
Para agradecérselo, el alcalde de Melitopol, Ivan Fedorov, quien fue arrestado por los rusos y rescatado en un intercambio de prisioneros, y tres parlamentarios de Ucrania, visitaron al cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, y asistieron a la Vigilia Pascual del Sábado Santo, en la que Francisco condenó la «crueldad» de la guerra. Un día antes, en una entrevista con la cadena televisiva italiana Rai, el Pontífice invitó a mirar un poco más allá del conflicto en Ucrania, aunque «nos golpee mucho» por estar en Europa. «El mundo está en guerra. Siria, Yemen… y luego piensa en los rohinyá, expulsados, sin patria. En todas partes hay guerra», lamentó.
Para el Papa la verdadera crucifixión de Cristo se fragua bajo las bombas, en las ciudades donde las madres «lloran la muerte injusta de sus maridos e hijos». Por eso envió a Ucrania al cardenal polaco Konrad Krajewski, que llegó el pasado jueves a Kiev conduciendo él mismo una ambulancia medicalizada para donarla a la ciudad. Tras haber rezado ante la barbarie y el sinsentido de la guerra realizó un vía crucis. Acompañado por el nuncio en Ucrania, Visvaldas Kulbokas, se trasladó hasta la ciudad de Bucha, donde los cadáveres se amontonan en las calles sin tiempo para llorar su muerte. Ante una fosa con al menos 80 personas enterradas sin nombre y sin apellido, exclamó: «No tenemos ni palabras ni lágrimas para este horror».
Tras dos años de contención por la pandemia, el Papa se sobrecargó de esfuerzos en una agenda especialmente intensa para recordar las últimas horas terrenales de Jesús. El Viernes Santo, el Pontífice no pudo postrarse en el suelo de la basílica de San Pedro ante la tumba del apóstol, como solía hacer en años pasados en la celebración de la Pasión de Cristo. Permaneció en silencio y cabizbajo delante del altar para orar durante unos minutos por la Pasión del Señor, aunque insistió en participar en la procesión que recorrió toda la nave central de la basílica de San Pedro. Francisco, aquejado de una gonalgia provocada por la artrosis y el desgaste del cartílago, ya tuvo que cancelar su presencia en la Misa del Miércoles de Ceniza. Las celebraciones de este año se adaptaron para evitarle desplazamientos innecesarios que empeoren su lesión de rodilla, pero el Jueves Santo el Pontífice realizó un sacrificio extremo. Por la mañana celebró sin sobresaltos la Misa Crismal, que conmemora la institución de la Eucaristía en recuerdo de la Última Cena de Jesús con los apóstoles. Durante la homilía, en la que el Papa suele dar las claves de lo que le preocupa de la situación actual de la Iglesia, dijo: «Un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado». Por la tarde se trasladó hasta la cárcel Civitaveccia Nuovo Complesso, a 80 kilómetros de la capital italiana. Y a pesar de sus 85 años y del dolor agudo que sufre en la rodilla derecha, Francisco se arrodilló frente a doce presos, tres mujeres y nueve hombres; tomó entre sus manos el pie de cada uno de ellos y, tras lavarlos con un poco de agua, los acarició y besó. La fuerza de la humildad de un anciano con achaques frente a los que han cometido algún delito. Una foto que, como reseñó el capellán de la prisión, refleja «el derecho a la esperanza y el derecho a recomenzar». La imagen del Papa tras las barras de una prisión es ya uno de los símbolos del Triduo Pascual en Roma, que se ha hecho eco del terror, la escasez, la miseria y los traumas que marcan para siempre a las víctimas de las guerras. «La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos», clamó tras la bendición urbi et orbi. «Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra», añadió.
François-Xavier Bustillo
Libreria Editrice Vaticana
2022
232
23,13 €
Testimoni, non funzionari (Testigos y no funcionarios) es el título en italiano del libro La vocation du prêtre face aux crises (La vocación del sacerdote ante las crisis), en el que el obispo de Ajaccio (Córcega, Francia), el franciscano español François-Xavier Bustillo, asegura que los curas no deben funcionar con los «esquemas burocráticos de las oficinas públicas» porque han dado su vida, es decir, «su tiempo, su energía, sus talentos, todo para servir y animar al pueblo de Dios». En el volumen –que el Papa entregó en mano a los sacerdotes de la diócesis de Roma que concelebraron con él la Misa Crismal de Jueves Santo– el religioso, que nació en Pamplona, insta al clero a abandonar la «lógica profana» y a trabajar cada día «la disponibilidad y la gratuidad que un sacerdote ofrece el día de la ordenación». Del mismo modo, alerta del «funcionalismo» que preconiza la cultura de los «números y los objetivos» como si la Iglesia fuera una empresa, y pide poner énfasis en «la alegría de hacer bien las cosas». «El riesgo es perder la salud y la alegría y acabar penalizando a los fieles», asegura.