Dicen en comunicación que todas las organizaciones se dividen en dos grupos, las que han sufrido una crisis y las que la van a sufrir. Propiamente esta tesis se puede estirar un poco: todas las organizaciones han sufrido muchas crisis. Las que han sufrido una o ninguna no es que sean afortunadas, es que son muy jóvenes.
La Iglesia católica, por tanto, ha sufrido muchas crisis en su historia. Es cuestión de tiempo. Muchas de las crisis fueron de identidad, sobre todo en los primeros siglos. Hubo también crisis sobre la misión, sobre el qué hacer. Y ahora que ha pasado el tiempo y está claro qué somos y qué hacemos, las dudas nos vienen más sobre cómo somos y cómo hacemos, la cultura de nuestra institución. En general son malos tiempos para la cultura, pero especialmente son malos tiempos para la cultura de la Iglesia, para el modo de ser y el modo de hacer de esta institución. Los tiempos piden sí o no, blanco o negro, aquí o allí. Sin matices ni diálogos, ni reflexiones profundas que pasen de 280 caracteres (con espacios).
Así que vienen tiempos de crisis para la Iglesia y para todas las instituciones de la Iglesia. Ante la crisis, dos tentaciones vendrán aparejadas: la tentación de tomar trinchera o la tentación de tomar capote. La primera es meternos a resguardo de un bando para que el otro no nos sacuda. La segunda es dar capotazos sin definir ni definirnos. En este contexto, difícil también desde el punto de vista de la comunicación, vale la pena lanzar una mirada a los esenciales de la institución que nos permita afrontar las crisis con esperanza.
El objetivo de la comunicación de la Iglesia que mejor sirve a la misión confiada es alcanzar reputación. La Iglesia –y cada una de sus instituciones– no es una empresa de productos y servicios o una ONG alineada con objetivos valiosos y reconocidos socialmente o un lobby de presión. La Iglesia cumple su misión cuando el testimonio de los que conocen a Jesús y configuran su vida según Él se extiende en el mundo y se hace amable, deseable, apetecible. La Iglesia crece cuando los cristianos (y las instituciones que ellos forman) son creíbles, son confiables, son amables, son imitables.
Y esa misión afecta a todos en la Iglesia. Todos los cristianos comunicamos, con lo que hacemos, con lo que decimos, con lo que pensamos (y también con lo que no hacemos, no decimos y no pensamos) qué es la Iglesia y por qué vale la pena ser parte de este Pueblo de Dios, débil y pequeño, pero sostenido por el Espíritu Santo.
Cada una de las instituciones de la Iglesia puede mirar en su entorno qué imagen y qué reputación tienen por su actuación. Cómo es conocida y reconocida por las personas y las instituciones con las que se relaciona. Si su actuación no genera una buena reputación tendrá que revisar en dónde está el problema, en su identidad, en su misión o en su cultura.
La identidad es lo que somos, los principios que nos inspiran, el legado recibido de un fundador o de unos fundadores que detectaron una necesidad en la vida de la Iglesia y se comprometieron, muchas veces con la vida entera, para sacarla adelante. Unos vieron la necesidad de atender a los jóvenes. Otros percibieron una necesidad caritativa o asistencial. Otros recibieron un carisma que dio origen a una congregación religiosa. Todos podemos revisar la identidad a la luz del tiempo en que vivimos, de las necesidades que se superan o de las que son nuevas, de la actualidad del carisma. Ser fieles a la propia identidad es imprescindible para alcanzar reputación.
La misión es lo que hacemos. Cada institución en la Iglesia ha surgido para cumplir una misión. El cumplimiento de esa misión es esencial, hacer bien lo que tenemos que hacer. Equivocarse en la misión, confundirla, hacer lo que no tenemos que hacer, suele ser también una fuente de crisis importantes. Revisar la misión es un ejercicio constante en cada persona (se suele llamar examen de conciencia) y en cada institución de la Iglesia. Se trata de saber si hacemos lo que tenemos que hacer.
La cultura es el modo de ser y el modo de hacer. Aquí se suelen originar también muchas crisis. Puede ser que tengamos una identidad fiel y una misión bien cumplida, pero que nuestro modo de hacer deje heridas a las personas con las que tratamos o que haya gente que se separe de nosotros por cómo hacemos las cosas. Es también un buen punto de revisión. En este sentido, el Papa Francisco está invitando a la Iglesia a un cambio de cultura y cada institución dentro de la Iglesia tendrá que ver cómo se aplican en ella esos cambios.
Una buena identidad, misión y cultura es la base para poder afrontar las crisis futuras (y pasadas) con esperanza. Revisarlas está al alcance de cualquier organización dentro de la Iglesia y sobre esos elementos se puede configurar una buena imagen y una buena reputación, imprescindibles para cumplir con el mandato del Señor: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio».
José Gabriel Vera
2021
264
20 €