¿Por qué peregrinar a Taizé? Para vivir la aventura de la sencillez y la confianza; del compartir la Palabra de Dios y orar con jóvenes de diferentes países y culturas. Para experimentar cada día, al ritmo de una comunidad contemplativa ecuménica con vocación de servicio y compromiso por la unidad, que es posible la paz y la comunión.
El verano pasado más de 7.000 jóvenes de la archidiócesis de Madrid peregrinaron a Lisboa para vivir la Jornada Mundial de la Juventud. El próximo, la cita será en Roma, con motivo del Jubileo 2025. Son experiencias desbordantes en muchos sentidos. Por eso, la colina de Taizé, en la Borgoña francesa, cerca de los restos del antiguo monasterio de Cluny, aparecía como una oportunidad para descansar y, en la oración y el silencio, «beber el agua viva prometida por Cristo».
Como experimentó el Papa san Juan Pablo II en este sencillo lugar, «se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente». «El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta», recordaba.
Taizé es un lugar de acogida y libertad, de escucha y silencio, de austeridad y humildad, en el que el visitante necesita despojarse de mucho de lo superfluo y atreverse a vivir lo inesperado, lo desconocido, confiando en que allí nos espera el Señor para descubrir o redescubrir la fe que da sentido a nuestras vidas. A través de diversos tipos de tareas que se les asignan, los jóvenes experimentan el valor del servicio. La sencillez de los barracones donde se vive durante la experiencia ayuda a dejar atrás comodidades y desprenderse de móviles. Los días transcurren con horarios y un programa similar, coronado con un largo momento de la oración tan característica hecha con canciones sencillas y repetitivas. Son valores esenciales que enseñan a ser más libre interiormente.
El hermano Roger llegó a esta colina en agosto de 1940 buscando encontrar a Dios y crear un signo de paz y reconciliación en un momento de conflicto mundial. Quería colaborar en la reconstrucción de Europa, desde una vocación a la comunión de todos y en particular de los cristianos divididos. Desde los inicios, Taizé atrajo a muchos jóvenes. Cada generación experimentó la confianza de que la «vocación de cada persona es vivir para amar». José Cobo, nuestro arzobispo, fue uno de estos jóvenes, y desde el inicio impulsó la peregrinación y la acompaña.