Una llamada a ser felices sin pudor, como Jesús - Alfa y Omega

Una llamada a ser felices sin pudor, como Jesús

2º Domingo de Cuaresma / Lucas 9, 28-36

Ana Almarza Cuadrado
'La Transfiguración de Cristo'. Pedro Pablo Rubens. Museo de Bellas Artes de Nancy (Francia).
La Transfiguración de Cristo. Pedro Pablo Rubens. Museo de Bellas Artes de Nancy (Francia). Foto: FREB.

Evangelio: Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía.

Todavía estaba diciendo esto cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Comentario

Este domingo se nos invita a buscar y experimentar, como Jesús lo hizo, el rostro de Dios, la cercanía de un Padre bondadoso, cariñoso, que nos ha elegido. La liturgia nos sitúa en el monte de la Transfiguración, donde Jesús nos revela la gloria del Padre, la felicidad plena. Hoy se nos confronta con esa falsa idea de no merecer la felicidad, nos asusta sentirla, «se llenaron de temor». Tenemos ese religioso pudor que nos impide acogerla plenamente. Pensamos que es un sentimiento fugaz al que constantemente tenemos que tender, nos obsesiona y nos asusta por igual, no logramos gozarla en el presente porque vivimos con la frustración del futuro, con la idea de que acabará mal. Nos quedamos con frecuencia en el dolor del Viernes Santo, nos trascendemos al Domingo de Resurrección.

La felicidad de Jesús es precisamente la primera lección. Mateo 5, 1-12 empieza con el argumento de la felicidad, que sigue en 11, 25-27. Y en Lucas 10, 21-22 siente la necesidad de decirle a su Padre lo feliz que es.

El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos propone uno de los momentos de la felicidad de Jesús, un momento en el que se encuentra bien, conversando con amigos, se siente amado, elegido por el Padre —«Este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo»—; y somos hijos e hijas en Él. La voz del Padre nos indica el camino de la Felicidad con mayúsculas, de la salvación.

Precisamente es en Cuaresma cuando nos esperaríamos la confirmación de una visión sombría de nuestra fe, cuando el Evangelio nos muestra que Jesús no solo no se avergüenza de ser feliz, sino que se abandona totalmente a la felicidad. ¿Qué es la Transfiguración sino un momento intenso de felicidad, de éxtasis, de plenitud?

Podemos interpretar, a la luz de este Evangelio, que son dos los motivos de la felicidad de Jesús. El primero, la certeza de sentirse amado por el Padre, la experiencia profunda de una confianza plena que le permitirá afrontar los momentos de silencio en Getsemaní, cuando la voz del Padre no se escucha, y, sin embargo, Jesús continúa confiando. El segundo motivo de la felicidad de Jesús es la experiencia de amistad, de comunidad. Se hizo acompañar de Pedro, de Santiago y de Juan para orar. Nos habla de la oración personal y comunitaria. Jesús quiere compartir, una vez más, su propia identidad, su intimidad, su experiencia, sus ideales, sus sueños con sus amigos, compartir la experiencia profunda del encuentro con Dios. Moisés y Elías; Pedro, Santiago y Juan, el ayer y el hoy, la constatación de la promesa. Moisés compartiría la experiencia de penetrar en el misterio de aquella zarza ardiente, del deseo de entrar aún más en el conocimiento de Dios; compartiría el sueño de liberar esclavos, su afán juvenil de hacer justicia, su deseo de dar a conocer a la gente la verdadera imagen de Dios. Elías, su deseo ardiente de encontrar dónde «se esconde» Dios, su deseo de aprender a buscarlo en las cosas simples, su deseo de luchar contra quienes engañan a sus hermanos y hermanas más vulnerables. ¿A qué me urgen hoy Moisés y Elías?

La Cuaresma nos invita a convertirnos, a desterrar el pensamiento de una experiencia fugaz de la felicidad, del miedo a que desaparezca y se enfríe dicha experiencia. «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Los discípulos estaban dispuestos a sacar la tienda de la permanencia. Como ellos, tenemos la tentación de querer montar la tienda, de encerrarnos, de aferrarnos a que no cambien las cosas. Esta Cuaresma quiere ponernos delante la posibilidad de ser felices y compartirlo con todo el mundo, de bajar del monte y contar lo que hemos experimentado. Nos presenta la posibilidad de sentirnos hijos e hijas del Padre, de vivir la amistad como posibilidad de encuentro, de compartir la vivencia de un Dios vivo, que nos insta a la felicidad. La Transfiguración nos enseña a dejar ir, a gozar sin poseer. ¿Logro gozar de la felicidad cuando existe en mí? ¿A qué tengo miedo ante el pensamiento de ser feliz? ¿Qué me impide compartir la experiencia de la felicidad, del encuentro?