Tarea para la Cuaresma: crecer en humildad - Alfa y Omega

Tarea para la Cuaresma: crecer en humildad

1er Domingo de cuaresma / Lucas 4, 1-13

Marta Medina Balguerías
'Las tentaciones de Cristo'. Sandro Botticelli. Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
Las tentaciones de Cristo. Sandro Botticelli. Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano. Foto: Erzalibillas.

Evangelio: Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante 40 días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:

«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario

Las tentaciones son el pan nuestro de cada día y, normalmente, se juegan en pequeñas cosas. El diablo sabe cómo hacerse paso en nuestro interior y va in crescendo para ir ganándonos cada vez un poco más de terreno. Con Jesús no lo consiguió porque estaba «lleno del Espíritu Santo», que lo «fue llevando […] por el desierto, mientras era tentado».

Recién empezada la Cuaresma, es un buen momento para preguntarnos si estamos nosotros también llenos del Espíritu, si dejamos que Él nos lleve, o si, por el contrario, seguimos obstinándonos en hacer las cosas a nuestra manera y en tener siempre el control. Quizá pensamos que no necesitamos ayuda, que podemos solos, que sabemos lo que tenemos que hacer; pero me pregunto si esa cerrazón no nos hace más proclives a ser tentados.

La primera tentación apela a lo que necesitamos. Cuando sentimos necesidad de algo es fácil que nos puedan las «ansias vivas» de quererlo ya, a toda costa. Quisiéramos que la realidad se transformara mágicamente para responder a nuestra necesidad. Pero, ¿realmente las cosas importantes se consiguen a golpe de varita o de clic del ratón? Y, más interesante, ¿son verdaderas todas las necesidades que experimentamos como tales? Jesús no cae en esta trampa: no solo vivimos de pan, resituemos la necesidad.

La segunda tentación según Lucas nos pone ante el anhelo de poder. El diablo se apropia de un poder que no es suyo —todo poder viene de Dios, único todopoderoso— y lo subarrienda por un precio aparentemente bajo: arrodillarse ante él. No obstante, arrodillarse ante quien no es Dios no trae el poder y la gloria ansiados, sino un sucedáneo. ¿El motivo? La sumisión ante cualquier cosa que no sea Dios (es decir, la idolatría) nos esclaviza y a la larga nos deja insatisfechos. ¿Quieres medrar, deseas el poder suficiente para poder imponer tu forma de ver las cosas o quizá la gloria de este mundo? Jesús no; tiene claro que solo adorará al verdadero Dios, al único que es Señor. El resto se puede quedar esperando.

Como no consigue que Jesús caiga en las tentaciones más mundanas, el tentador rediseña la estrategia: «Está bien, no has caído porque confías mucho en Dios. Si es así, ¿por qué no pones a prueba esa confianza? Pide que te lo demuestre». Es fácil caer en la trampa, porque parte de algo fundamental: la confianza de la fe. Muchas veces nos profesamos buenos creyentes, pero queremos un signo y tentamos a Dios para conseguirlo. Jesús, por el contrario, no quiere tentar al Señor su Dios. Sabe que está ahí y que puede confiar; no le hace falta más.

«Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión». Es decir, no se ha ido para siempre; la tentación siempre vuelve y el maligno no ceja en su empeño de ganarnos para su causa. Sin embargo, Dios tampoco cesa de atraernos. Él quiere cubrir nuestras necesidades («¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!», Mt 7, 11), empoderarnos en el mejor sentido («En tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos», 1 Cro 29, 12) y darnos motivos para confiar en Él («Confiarán en ti los que conocen tu nombre, porque no abandonas a los que te buscan», Sal 9, 11). Todo esto se nos dará por añadidura si buscamos el Reino de Dios (Mt 6, 33). Pero para entrar en esta dinámica hay que entregarse al Señor con corazón humilde (Sal 51, 19). Si algo nos enseñan las tentaciones del Hijo de Dios y cómo las superó es la humildad. Sin ella no somos dóciles al Espíritu. Crecer en humildad: una tarea ineludible para el tiempo cuaresmal.