Doy gracias a Dios por todo lo que significa ver a la Iglesia aquí. ¡Cuántos recuerdos! Hace más de 450 años llegó a estas tierras de la Florida (Estados Unidos) el Evangelio y aquí, en San Agustín, se celebró la primera Eucaristía. El 150 aniversario de la diócesis de San Agustín es un día entrañable y de una significación muy especial. Y además tenemos la dicha de vivir la coronación de nuestra Madre la Virgen María, en la imagen a la que vosotros tanta devoción tenéis de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto.
El Señor, después de estos 150 años, nos hace contemplar a una Iglesia viva, que quiere celebrar este tiempo de camino para seguir adelante, que tiene deseos grandes de anunciar el Evangelio. Queridos hermanos, estamos todos los cristianos llamados a vivir y a realizar una salida misionera: personalmente y también como comunidad. El profeta Isaías nos recuerda esto: «La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones». También vosotros seréis célebres. El nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia de Jesucristo que camina en estas tierras, esta parte de la Iglesia que vive aquí en esta Iglesia diocesana de San Agustín, quiere seguir siendo célebre, no se cierra en sí misma. Todos sus miembros deseáis salir de la propia comodidad y os atrevéis a ir a todos los rincones de la existencia humana para llevar la luz del Evangelio. Nuestra alegría es una alegría misionera. Vivámosla en la dinámica del éxodo, de salir siempre de nosotros mismos, y en la dinámica del don, que se traduce en caminar siempre de nuevo, en ir más allá. Vemos un Pueblo de Dios que nació de la misión y para la misión. Es una Iglesia diocesana que no quiere ni desea olvidar que nació de la misión ni que está para la misión. Y que es consciente de que nuestra Madre la acompaña, pues he percibido el cariño y la devoción que tenéis a la Virgen. A Ella le hacemos varias peticiones:
Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, danos tu identidad profunda. Intercede por nosotros para que tengamos en nuestra vida el contenido que tú tuviste y regalaste. Un día recibiste este saludo que era tu identidad, «Alégrate llena de gracia», que es lo mismo que decir «alégrate porque estás llena de Dios». Dios ha rebosado de sí mismo tu vida, para que regales a los hombres su vida misma. El vacío existencial que produce nuestra historia reciente en la vida de los hombres y, muy especialmente en la vida de los jóvenes y de los niños, aumentado por la pandemia de la COVID-19, hace que sintamos necesidad de llenar el corazón de realidades plenas que oxigenen nuestra vida, que la llenen de alegría, que nos hagan experimentar el deseo de salir de nosotros mismos y de ir a los demás, especialmente a quienes más lo necesitan.
Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, haznos descubrir lo que significa en nuestras vidas el título de hijo de Dios. Somos hijos de Dios. Lo son todos los hombres. Y si somos hijos, también somos hermanos de los demás. Hijos de Dios e hijos de María. Haznos descubrir que el hijo es aquel que se deja conducir por Dios con todas las consecuencias. Jesucristo se ha dejado conducir por el Padre. María se ha dejado conducir por Dios; recordemos el día en que María dijo: «Hágase en mí según tu Palabra». El Evangelio nos manifiesta cómo ha de ser ese dejarnos conducir por Dios y también cómo ser hijos de Dios, que supone vivir como vivió el Hijo, realizando su seguimiento. Las palabras de Jesús a María desde la cruz adquieren pleno significado: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. […] Hijo, ahí tienes a tu madre». El Señor expresa que va a ser María quien nos enseñe a ser hijos como el Hijo. Que en María encontremos la dicha de vivir con hondura estas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28).
Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto, enséñanos a hacer lo que Él nos dice. En las bodas de Caná faltaba vino para la fiesta. Ahora, como señala el Papa Francisco, hay que cultivar la fraternidad y la amistad social, siempre desde el cuidado y el encuentro. Santa María, tú viviste estas dos categorías del cuidado y del encuentro de un modo especial; enséñanos a vivirlas hoy. A nuestro mundo le falta la verdad sobre el hombre y, por ello, se producen situaciones aberrantes. Necesitamos de ti, Santísima Madre, que nos concedas el don de sabernos acercar a los demás para estar junto a ellos. Acompáñanos, aunque tengamos que hacer como tú un largo camino y atravesar regiones montañosas, hasta estar al pie de la cruz junto a tu Hijo.
Salve Reina del cielo y la tierra; Salve Virgen que alimentaste al Hijo de Dios; Salve siempre adorada patrona; Salve Madre de estos buenos hijos de la diócesis de San Agustín.