Una humanidad agotada
Este hombre de la foto ha sobrevivido. Lo sostienen dos enfermeras para que se tenga en pie. A su espalda queda el horror de la asfixia, el agotamiento de los pulmones, la fiebre que no baja. Tiene frente a sí la vida
Esta fotografía, de algún modo, representa nuestra historia. Se tomó hace algunos días en el área de rehabilitación del Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal de Madrid. Hace ahora dos años, en marzo de 2020, se declaró la pandemia que ha dejado un espantoso rastro de muertos en todo el mundo. Decenas de miles de personas murieron en los hospitales españoles, en las residencias de mayores y en sus casas. Los que sobrevivieron al paso por las UCI necesitaron para su recuperación, en muchos casos, rehabilitación y tratamientos médicos prolongados. Hubo verdaderos héroes entre los que se expusieron al contagio para salvar a otros. Muchos lo hicieron como parte del seguimiento de Cristo. Recuerdo la experiencia que narra el sacerdote Ignacio Carbajosa en Testigo de excepción (Encuentro, 2020): «Lo que he visto ha batallado en mí. Me ha herido. Y ha desencadenado un diálogo con el misterio de Dios que bien podría calificarse de duelo, a imagen de la relación que el Job bíblico entabla con Yahvé. Estos días me han construido».
Este hombre de la foto ha sobrevivido. Lo sostienen dos mujeres, probablemente enfermeras o auxiliares, para que se tenga en pie. A su espalda queda el horror de la asfixia, el agotamiento de los pulmones, la fiebre que no baja. Tiene frente a sí la vida. Uno pensaría que este hombre quizás tenga ahora dos cumpleaños que celebrar: el día que salió del seno materno y el día que salió del hospital recuperado. Pero no nos vengamos arriba. Quizás haya perdido a seres queridos. Tal vez le espera un largo periodo de secuelas. No lo sabemos. Sin embargo, lo vemos en pie y no podemos contener una leve mirada optimista. Este hombre vive y deja tras de sí un tiempo aciago.
Llevamos ya dos años de pandemia, que casi parecen olvidados por los medios de comunicación con el espanto de la guerra de Ucrania. Han sido, hasta ahora, 24 meses convulsos con semanas en que contábamos los muertos a diario por centenares. Las consecuencias económicas y sociales no han terminado de manifestarse. El desempleo, la pobreza y la soledad son solo algunas de sus caras. No sabemos a dónde irá este hombre cuando le den el alta. Esperamos que haya alguien que lo espere, que lo acoja, que lo acompañe en este regreso a la vida.
La Cuaresma nos llama a la meditación y la confianza en las horas más oscuras. «Dios es fiel / guarda siempre su Alianza», dice una de mis canciones favoritas de estas semanas. Cuando más tememos que nos haya abandonado, más debemos recordar que puso su tienda entre nosotros y que su Amor no pasa, no se agota, no se cansa. Solo Él puede ayudarnos a cargar con el dolor del mundo. Solo sus manos pueden sostener a una humanidad agotada.