Una comisión para evitar el burnout en las religiosas
Agotados, desencantados con su vida y cada vez menos eficaces en sus puestos de trabajo. El llamado síndrome de burnout es una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que se extiende cada vez más entre las religiosas, según apunta el último número del suplemento femenino de L’Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa Sede. Por ello, la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), en colaboración con la Unión de Superiores Generales (USG), creó en mayo una Comisión de Cuidados de la Persona que estudiará durante los próximos tres años estos trastornos. La religiosa australiana Maryanne Lounghry, psicóloga e investigadora del Boston College y la Universidad de Oxford, explica a Alfa y Omega que el objetivo final es construir comunidades resilientes
¿En qué contexto nace esta comisión?
Los análisis demográficos evidencian que las religiosas están envejeciendo y que las vocaciones están disminuyendo. También es un hecho que la Iglesia católica en Europa y América está viviendo una sangría de fieles cuya causa principal ha sido el desprestigio causado por los escándalos de abuso sexual. Hay menos monjas y las órdenes religiosas se adaptan como pueden. Han tenido que renunciar a gran parte de sus ministerios institucionales e improvisar redes de colaboración con los laicos. Además, han cambiado los roles de dirección porque se ha producido un movimiento en las estructuras de poder que han pasado de ser institucionales y jerárquicas a convertirse en relacionales e inclusivas. En el futuro será determinante que se reconozcan estos cambios.
¿De qué manera debería actuar una orden religiosa frente a los casos de sobrecarga de trabajo antes de que puedan llegar a generar el llamado síndrome de burnout o del trabajador quemado?
Lo primero es que la institución religiosa sea capaz de identificar cuándo una monja está quemada. Dependiendo de la gravedad, se podrá resolver con un simple asesoramiento psicológico, necesitar terapia o incluso, en casos extremos, decretar un descanso amplio del ministerio. También se debe invertir en formación para que, tanto las hermanas que viven en la comunidad como las superioras, sean capaces de apoyar a las monjas que están en esta situación.
Todavía no se ha definido el perfil de las personas que entrarán a formar parte de la comisión, pero ¿se ha pensado en incluir entre sus miembros a monjas que hayan experimentado el llamado síndrome de burnout o abusos de poder?
Las personas que han sobrevivido a situaciones de trauma o explotación pueden arrojar luz sobre las causas y las consecuencias del abuso ejercido, pero hay que desarrollar una gran sensibilidad para evitar que esa persona pueda quedar afectada en el proceso.
¿Cuáles serían las cualidades de una comunidad religiosa donde no exista el peligro de que las monjas sufran abusos?
Es importante la construcción de comunidades e instituciones resilientes. Si se fomenta que tengan buenas políticas y prácticas, se estará ayudando a las personas que en ellas viven. En la vida religiosa, esto se hace con directrices sobre la vida en comunidad. Es fundamental que haya un contrato claro y realista que fije, por ejemplo, las semanas de vacaciones, una paga o una vivienda digna. Esto es clave para prevenir el agotamiento, la explotación y el abuso de la buena voluntad de las monjas. También se necesita una buena supervisión con sesiones que ayuden a las monjas a sacar los problemas que surgen en su trabajo.
¿Cómo se podrían poner en marcha estas prácticas en el día a día de los institutos de vida consagrada?
En el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en Australia, donde trabajo, hemos identificado una herramienta útil para el desarrollo de la resiliencia. Se trata de la capacitación en primeros auxilios psicológicos en la que se aprenden aspectos básicos de la salud mental. Hay que establecer un código compartido para identificar la angustia física y mental. Solo así se romperá el estigma que existe en torno a este tema y se permitirá a las religiosas tener más libertad para hablarlo.
¿Qué parte del trabajo les toca a los superiores?
Los superiores de las órdenes religiosas tienen una responsabilidad inmensa. Todavía queda mucho camino por hacer. Por ejemplo, debería abordarse de forma más clara la gobernanza de los ministerios en el derecho civil y canónico. Además, se debe invertir en formación. Los últimos en la jerarquía deben saber cuándo referir a las monjas que necesitan ayuda profesional para mejorar su salud mental.