Una aparición mariana en el jardín familiar - Alfa y Omega

Una aparición mariana en el jardín familiar

La familia C. Meléndez organizó una Misa en su jardín a la que acudieron 80 vecinos. El motivo fue la inauguración de una hornacina para la Virgen hecha por ellos

Redacción
Lluvia. Era la previsión para la inauguración, pero diez minutos antes de iniciar la Misa dejó de llover. Foto cedida por Ricardo C.

«Cariño, he tenido una aparición. He visto a la Virgen en nuestro jardín». La broma que R. C. le gastó a su mujer durante una peregrinación a Medjugorje en julio se ha convertido en realidad y, desde hace dos semanas, la Reina de la Paz se encuentra en una hornacina en el patio familiar. «Se lo dije medio de cachondeo, pero lo cierto es que queríamos un recuerdo de nuestro viaje, algo que nos hiciera crecer en la vida de fe, y pensamos que una imagen de María era lo más apropiado», recuerda este informático navarro. Pero si hoy la Virgen de Prado Norte –como la llaman cariñosamente los vecinos del barrio homónimo– luce en el jardín de los C. Meléndez es gracias al empeño de este matrimonio y de no pocos familiares, amigos y vecinos, que se lanzaron al proyecto sin ningún tipo de experiencia previa. «No tengo absolutamente ni idea de construcción y he tenido que tirar de YouTube para cada paso que tenía que dar», confiesa R.

Más allá de internet, el informático también contó con la ayuda de los trabajadores de la tienda de construcción cercana a su casa, algo que ha vivido con sentido apostólico. «Me acerqué hasta allí y les expliqué lo que quería hacer para que me dieran los materiales necesarios», pero, «antes de entrar, me saltaron los respetos humanos», confiesa. Entonces, dudó unos instantes. «Fueron unos segundos y luego pensé que les podría venir bien conocer el proyecto y ver que hay gente que compra cosas en su tienda para dedicárselas a la Virgen». Al principio «me miraron raro», pero luego «enseguida me dijeron que les parecía un proyecto muy bonito».

La Virgen de Prado Norte llegó tras una peregrinación a Medjugorje. Foto cedida por R. C.

R. salió de la tienda con su furgoneta cargada de ladrillos y sacos de tierra. A partir de entonces, sus tardes durante dos meses se las pasó haciendo zanjas, mezclando el cemento… «Ha sido mucho tiempo de trabajo. Incluso le he robado horas a la noche». Tantas que, en ocasiones, «tenía mala conciencia por dedicar demasiado tiempo» a la hornacina. Entonces, «me recordaba que lo estaba haciendo para tener presente a la Virgen en mi casa y me imaginaba a toda la familia reunida rezando ante la imagen», asegura R., al mismo tiempo que insiste en citar a su mujer: «Ha sido cosa de los dos. Mientras yo estaba en el jardín trabajando, ella se encargaba de toda la casa, los niños… y eso es mucho más cansado si tenemos en cuenta que tenemos siete hijos».

La hornacina quedó terminada el 3 de octubre de madrugada, cuando solo quedaban unas horas para su inauguración, programada para ese mismo día a las 17:30 horas. Pero antes de poner la última piedra, los C. Meléndez introdujeron en su interior «una foto de la familia y una carta de cada miembro a la Virgen». Además, invitaron a los vecinos a hacer lo mismo: «Cada uno nos trajo un rollito de papel con sus peticiones y los metimos en los ladrillos», detalla el informático, que no tiene reparos en revelar su petición: «Entre el trabajo y la familia, tengo un ritmo frenético, y como la advocación del jardín es la Reina de la Paz, le pedí que nos trajera paz».

Con el proyecto concluido, solo quedaba la bendición, encargo que recayó en el cura del colegio de sus hijos, que pertenece al Opus Dei. «Fue a él a quien se le ocurrió la idea de celebrar una Misa y que el altar fuera la mesa de estudio de mi hija mayor». Lo que quería transmitir con este gesto era que, para un estudiante, la santificación de su trabajo ordinario de la que hablaba san Josemaría pasa, en buena medida, por vivir con espíritu cristiano sus horas de estudio». Más allá de este detalle, la Misa destacó por la considerable afluencia de vecinos. «Lo pusimos en el grupo de WhatsApp y se apuntaron 80 personas. De hecho, hubo gente que quiso venir y no pudo porque no había espacio suficiente para todos, y otros que se colaron “porque no me lo podía perder”», concluye R. C.

«El único olivar que no se congeló fue el de la ermita»

David Rodríguez-Rabadán no tenía experiencia previa en construcción, pero con sus propias manos ha terminado levantando una ermita a la Virgen en un olivar de su suegro, situado en el pueblo de Cabezamesada (Toledo) a la que ahora van los lugareños a rezar. «A veces voy por allí y me encuentro con que ha ido alguien y ha puesto unas flores o han dejado una vela», explica este economista, hoy director general del Hospital de Cuidados Laguna, a Alfa y Omega.

Todo empezó un día de diciembre de 2019, cuando Rodríguez-Rabadán pasaba por la zona en bici y se topó de bruces con un chozo de pastor, una sencilla construcción utilizada por los campesinos para dormir cuando tenían que ir a trabajar al campo. «Por curiosidad entré y me pareció todo un invento». Entonces «pensé: “esto lo tengo que hacer yo también”». Pero «ya que le voy a dedicar horas al proyecto, voy a hacer algo más bonito y trascendente». Surgió la idea de hacer una ermita para la Virgen, que pudo levantar observando los chozos de la zona, gracias también a vídeos sobre técnicas ancestrales de construcción que hay en YouTube y a la colaboración del «agricultor del campo de al lado, que me ayudó a diseñar la estructura del techo».

El economista tardó en completar la ermita un año y medio, periodo en el que dio tiempo a que su familia pensara que «me había vuelto loco porque al llegar del trabajo, en vez de descansar, me iba a poner rocas». Y también a que «se me cayera en dos ocasiones un lienzo entero de piedras». Ante el contratiempo, «llegué a pensar en mandar el proyecto a hacer puñetas, pero entonces me repetía que iba a ser para la Virgen y continuaba», confiesa. Un tesón que parece que a María le ha gustado: «Durante Filomena creí que se vendría abajo, pero aguantó a la perfección. De hecho, el único olivar de la zona que no se ha congelado y que no ha perdido las aceitunas es en el que está la ermita».