Un Viaje a Oriente como símbolo de fraternidad - Alfa y Omega

Un Viaje a Oriente como símbolo de fraternidad

La última exposición conjunta entre el museo diocesano y la catedral de Barcelona, dedicada al orientalismo, cuenta con óleos de Fortuny, Sorolla o Agrasot, que son enfrentados con las fotografías sobre el terreno del padre Ubach

José Calderero de Aldecoa
El padre Bonaventura Ubach en una de sus expediciones. Foto: Abadía de Montserrat, digitalización IEMED.

El museo diocesano y la catedral de Barcelona se han embarcado en un Viaje a Oriente, como han denominado a su última exposición, en el que se acercan a la corriente del orientalismo desde diferentes disciplinas, como son la pintura, la fotografía o las artes plásticas. Abierta hasta el próximo 22 de mayo, la muestra propone una reflexión sobre la fraternidad e invita a salir de uno mismo para encontrarse con el otro a partir de obras de Fortuny, Sorolla o Agrasot, y las fotografías del religioso benedictino Bonaventura Ubach.

«Para la tradición occidental, Oriente ha sido fundamentalmente lo desconocido. Si fueran personas, sería ese otro ajeno a nosotros. Por eso, utilizamos el neologismo otriente», explica Óscar Carrascosa, experto en la relación entre las artes plásticas y la literatura, y comisario de la exposición.

‘Árabe examinando una pistola’, de Joaquín Sorolla. Foto: Colección Museo de Montserrat. A la derecha: ‘Viejo de espaldas’, de Joaquín Agrasot. Foto: Colección Pedrera Martínez.

La muestra cuenta con una primera parte, fundamentalmente pictórica, cuyas obras están realizadas por artistas que, muchas veces, no pisaron Oriente. Aunque hay excepciones, como Fortuny, máximo representante del orientalismo y que cuenta con diez obras en la exposición. Un marroquí o Moro en Tánger son dos de ellas. «Él llegó a viajar al norte de África. De hecho, tuvo una encomienda para hacerlo y tomar apuntes, a la manera de un corresponsal gráfico actual. Incluso aprendió árabe para comprender mejor esta parte del mundo», subraya Carrascosa.

Sorolla también está presente en Viaje a Oriente con dos obras, «a pesar de que el orientalismo no fue su principal temática pictórica». Además de una odalisca, se puede contemplar Árabe examinando una pistola, «un cuadro que pertenece al Museo de Montserrat y que el artista pintó a una edad tempranísima, cuando tan solo tenía 17 o 18 años», asegura el comisario, quien, por último, señala al pintor Joaquín Agrasot y a su cuadro Viejo de espaldas. «Es muy interesante porque parece ser que el modelo al que pinta –Heredias Cortés– es el mismo modelo que pintó Fortuny en Granada en su obra Viejo desnudo al sol que está en el Museo del Prado».

El Indiana Jones patrio

Frente a esta visión más artística –y fabulada– de Oriente, la exposición presenta una selección de las muchas fotografías que hizo el padre Bonaventura Ubach, monje benedictino, durante sus viajes al Oriente bíblico para conocer las tierras del Antiguo Testamento y «buscar el acercamiento y la comprensión hacia el otro». Se trata de «un personaje interesantísimo. Estudió la carrera eclesiástica en Montserrat, se ordenó sacerdote a comienzos del siglo XX, en 1902, y en 1906 ya se trasladó a Palestina para estudiar en la Escuela Bíblica de Jerusalén. A partir de ahí empiezan sus viajes a Oriente, que hacen que su aportación a la muestra tenga un claro matiz documental», apunta el comisario.

‘Un marroquí’, de Mariano Fortuny. Colección Pedrera Martínez. Foto: Colección Pedrera Martínez.

Los periplos orientales del padre Ubach estaban motivados por su objetivo de escribir una Biblia en catalán, y también por su interés por la arqueología. «De allí no solo vuelve con unas fotografías brillantes». Adquiere, además, «numerosas piezas arqueológicas que nutren el actual Museo de Montserrat. Se trae, por ejemplo, 200 manuscritos egipcios o incluso una momia humana», detalla Óscar Carrascosa, para quien el monje benedictino es «una suerte de Indiana Jones local, por su perfil de arqueólogo y profesor».

La muestra Viaje a Oriente concluye con un tercer eje en el que «hemos intentado dotar de corporeidad a la propia exposición». En este sentido, aparecen piezas como un brazalete del famoso orfebre y pintor catalán Lluís Masriera, que se presenta al visitante junto a un óleo, también de Masriera, en el que se aprecia a una odalisca enseñando sus joyas. «De esta forma, la gente puede ver las joyas en el óleo y en la vida real al mismo tiempo». O un conjunto de cerámicas fabricadas en Barcelona y cuyo destino final, a través de las rutas comerciales, era Oriente. «Las que se rompían no eran desechadas sino que, a través de un proceso arquitectónico que permitía que tuvieran masa pero no peso, se colocaban dentro de las bóvedas de la catedral», concluye el experto, al mismo tiempo que vuelve a referirse a la fraternidad como la «gran reflexión que deja abierta la exposición. ¿Cuán cerca estamos de este concepto? ¿En qué punto de este viaje estamos?».