Un partido glorioso
Gracias a esta monja balompédica, la niña Sarah también será madre, así que no es forzado afirmar que, a fin de cuentas, juegan madre contra madre
Hemos conocido esta historia gracias a la publicación de la memoria de actividades 2020 de las Obras Misionales Pontificias (OMP), que llevan y viven el Evangelio por todo el mundo, y que señala que los españoles no hemos dejado de aportar ni un euro menos que otros años durante la pandemia. 17,2 millones se han recogido para enviar a las misiones. Esta historia sucedió en Ghana. A los 4 años, a la pequeña Sarah, con discapacidad, la acusaron de ser un «espíritu maligno». Le imputaban la muerte de 15 vecinos de su aldea. La iban a matar. No sabía hablar, pero ya la consideraban homicida. Menos mal que allí estaban las hermanas del Hogar de Nazaret de Yendi. En realidad, ellas y la gente como ellas están siempre ahí para salvar vidas, para educar, para alimentar, para curar. Están siempre ahí porque no se marchan. No las echan el ébola ni los terroristas. No ponen pies en polvorosa ni cuando se marchan las ONG.
Ahí tienen a una de las hermanas jugando al fútbol. Se llama Stan. Yo no creo que termine jugando en ninguna liga europea de esas que generan cifras de negocio siderales. Tampoco creo que le importe. Si uno tiene a Sarah en su equipo, le sobran las demás estrellas. A fin de cuentas, para estrella ella, Sarah, que lleva el nombre de quien fue madre de un pueblo junto con Abrahán. De hecho, así la llaman los judíos: Sarah imenu (Sara, nuestra madre). Gracias a esta monja balompédica, la niña Sarah también será madre, así que no es forzado afirmar que, a fin de cuentas, juegan madre contra madre. En ese partido no pierde nadie.
Con una monja como Stan y una niña como Sarah, yo jugaría todos los partidos del mundo, animaría a todas las aficiones del mundo, celebraría todos los goles del mundo. Cuando llegue el Juicio y comparezcamos ante el Señor, todos esos niños a los que Stan rescata aparecerán jugando al fútbol ante los ojos del Dios de la historia. Los verá chutando a gol y abrazándose. Si eso no es un coro de ángeles, se le debe de parecer bastante.
Yo no sé si Dios es futbolero, pero sí sospecho que debe de ser hincha de esta selección. El equipo de los descartados, de los rescatados, de los redimidos tiene un fan que viene al mundo cada día en la Eucaristía. No hay hincha más fiel ni aficionado más entregado que este que se deja matar en una cruz –nadie le quita la vida, sino que Él la entrega– para la redención de una humanidad que se perpetúa en estos niños.
Este partido es glorioso porque sus resultados se inscriben en la eternidad y sus jugadores, al tirar a puerta, están acercándose a la entrada del Paraíso.