Un Papa santo en España
Fueron cinco visitas y decenas de miles de kilómetros recorridos a lo largo y ancho de nuestro país: los cinco viajes de Juan Pablo II a España nos han dejado la imagen de un hombre excepcional, entregado a la misión de llevar a Cristo a cada rincón de cada ciudad, de cada pueblo, de cada alma. En vísperas ya de su canonización, España entera pudo conocer a un santo; y quienes lo trataron más de cerca dan fe de Quién sacaba las fuerzas
«Querido pueblo de España: ¡Alabado sea Jesucristo! Con verdadera emoción acabo de pisar suelo español. Bendito sea Dios, que me ha permitido venir hasta aquí, en este mi viaje apostólico»: así se presentó el Papa Juan Pablo II nada más bajar la escalerilla del avión en el aeropuerto de Barajas. A las cinco de la tarde del 31 de octubre de 1982, comenzaba la primera visita de un Papa a España en veinte siglos de cristianismo. El Santo Padre tenía pensado venir ya un año antes, en 1981, al comienzo del Año Teresiano con el que se celebraba el IV Centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús; sin embargo, el atentado del 13 de mayo y las elecciones generales en nuestro país obligaron a posponer los planes del Papa hasta un año más tarde.
Estrenada ya la democracia, la política en España viraba hacia la izquierda. Por el cambio era el lema con el que el Partido Socialista acababa de ganar las elecciones generales, y ya se cernían sobre el futuro decisiones políticas comprometidas, en especial las leyes sobre el aborto y la enseñanza, mientras que la ley del divorcio ya había sido aprobada por el Gobierno anterior de UCD. Sin embargo, nada más bajar del avión, Juan Pablo II despejó toda especulación subrayando el «carácter exclusivamente pastoral de mi viaje, por encima de propósitos políticos o de parte». El Papa vino a «confirmar en la fe, confortar en la esperanza y alentar las energías de la Iglesia». Nada más…, y nada menos.
A nuestro país llegó con 62 años, y también con el rastro que deja una bala en el cuerpo, pero con una agotadora agenda por delante: en diez días iba a recorrer 10.000 kilómetros y 18 localidades, y pronunciaría 47 discursos, homilías o alocuciones. No faltaron voces, dentro y fuera de la Iglesia, que se preguntaban en público: ¿Qué hace el Papa en España? ¿Cuál es el motivo del viaje? ¿Por qué tanto esfuerzo? Don Gabino Díaz Merchán, arzobispo emérito de Oviedo y entonces Presidente de la Conferencia Episcopal Española, acompañó al Papa en aquel viaje, y cuenta que, «un día, caminando hacia el helicóptero, cerca de la Nunciatura, le comenté que algunos periodistas llegaban a decir en sus publicaciones que estábamos abusando de las fuerzas del Papa. Y me contestó con cierta ironía: No sabía yo que los periodistas españoles tuvieran tan alta sensibilidad social. Y me aseveró: Lo que se debe hacer, se puede».
Un vía crucis de madrugada
Lo que se debe hacer, se puede. La respuesta a por qué había venido a España la conocieron enseguida los más cercanos colaboradores y organizadores de aquel viaje. Don Antonio Astillero, encargado de organizar los días de Juan Pablo II en Madrid, cuenta una anécdota poco conocida: «El Papa estaba alojado en la Nunciatura; el Nuncio, una noche, a eso de la una de la madrugada, salió de su habitación para ver si todo estaba en orden, y se encontró con que la capilla tenía la luz encendida. Entró y se encontró al Papa tendido en el suelo; se acercó asustado por si le había pasado algo, pero se dio cuenta de que el Papa estaba rezando el vía crucis. Pero, Santo Padre, que mañana tiene usted un día terrible, le dijo. Y el Papa le contestó: Usted rece conmigo». Y así estuvieron, rezando de madrugada, entre dos jornadas agotadoras, por los frutos de la visita a España.
De esas noches del Papa también da fe el cardenal Rouco Varela, al contar recientemente a Alfa y Omega que, «cuando Juan Pablo II estuvo en Santiago, pasó una noche en mi casa, y tampoco durmió casi nada. Yo me enteré porque no dormí tampoco, ¡por tanta tensión que tenía!». El arzobispo de Madrid señala que «siempre se veía en él esa gran experiencia de Cristo, como experiencia total que configura toda la existencia. Tenemos todo un cuadro de datos sobre su personalidad, que muestran una figura portentosa desde el punto de vista humano. Pero ese fruto humano es el resultado de la vida de un santo. Él vivía lo que decía, vivía lo que predicaba, lo vivía heroicamente».
Metido en Dios
«Un Papa santo en España»: así lo define también monseñor Díaz Merchán. Y añade: «En los desplazamientos, iba siempre recogido. Rezaba en devocionarios polacos y estaba casi siempre con el rosario en la mano. Repasaba las homilías que iba a pronunciar, anotando detalles con un lápiz. Nunca le vi impaciente ni alterado cuando el helicóptero danzaba por el aire en momentos de turbulencias, como ocurrió en el viaje a Loyola y en el de Barcelona. Y, en alguna ocasión, el helicóptero aterrizaba y él seguía rezando el Breviario». El General Martínez Eiroa pilotaba el helicóptero y el avión del Papa en aquel viaje, y contaba que, «sentado en la cabina, pasaba todo el tiempo del vuelo rezando»; y que, cuando el viento zarandeaba la nave, «él rezaba tranquilo el Breviario como si nada ocurriera».
Pero este estar metido en Dios le hacía también llegar a los demás de un modo no superficial, sino lleno de verdadero interés. Como su visita coincidió con la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, quiso tener el detalle de celebrar la Eucaristía en un cementerio, el de la Almudena, en Madrid, y allí tuvo unas conmovedoras palabras de consuelo y esperanza para todos aquellos que han perdido un ser querido. Asimismo, también refiere Díaz-Merchán que, «cuando llegamos al santuario de Guadalupe, nos llegó la noticia de un atentado terrorista, que costó la vida a un alto jefe militar. El Papa denunció el terrorismo en su homilía, añadiendo sobre la marcha un texto sobre la repulsa de la Iglesia al terrorismo».
Y si lloráis con los que lloran, también reíd con los que ríen: Juan Pablo II también tuvo detalles de cercanía y buen humor cuando, en Zaragoza, después de ver bailar unas jotas, tras el rezo del Rosario, improvisó: «Ahora, un problema para los teólogos: san Agustín decía que quien canta reza dos veces. Yo me pregunto: ¿cuántas veces reza el que baila?». El cardenal Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, recuerda que, «cuando fue recibido en el aeropuerto, lo recibió bailando un grupo de sevillanas, y al Papa le gustó y se quedó más tiempo del previsto, ¡y los maestros de ceremonias tirando de él! También fueron maravillosos los diálogos que tuvo con los jóvenes al salir al balcón del palacio arzobispal, como si todos estuvieran sentados a la misma mesa».
En Granada, el papamóvil falló hasta pararse del todo, «y el Santo Padre -cuenta Díaz Merchán-, con rostro sereno y festivo, subió al microbús del séquito con nosotros, ocupando un asiento a la derecha del conductor. Al llegar, apenas dejó el microbús, el conductor prorrumpió en gritos levantando los brazos: «Soy un pecador. ¡No soy digno de haber llevado al Papa a mi lado!». El Papa no le oyó, pero cuando se lo referimos más tarde, daba gracias al Señor, que siempre mueve los corazones más humildes».
Señor, lo mejor de esta noche…
La visita de 1984 fue muy corta, apenas una escala en Zaragoza, de camino a República Dominicana y Puerto Rico, como preparación de los actos del V Centenario del descubrimiento y de la evangelización de América. España ya está cambiando, y el Papa, subrayando lo que ya había dicho en la Misa para las Familias, en Madrid, con vigorosa fuerza, durante su primera visita, de nuevo en Zaragoza habla del «respeto a toda vida desde el momento de la concepción», y del «derecho de los padres a elegir el tipo de educación que prefieren para sus hijos». Agradece a España el haber enviado 200.000 misioneros españoles a servir a la Iglesia en Hispanoamérica, y se pone a los pies de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, en vísperas de su festividad litúrgica. En realidad, la vinculación con Zaragoza venía de lejos: contaba José Luis Martín Descalzo que, durante el Concilio, el obispo Wojtyla y monseñor Cantero, entonces arzobispo de Zaragoza, hicieron amistad, y ambos hablaban de sus respectivas Patronas: la del Pilar y la de Czestochowa. A finales de los 60, el obispo Wojtyla escribió al obispo de Zaragoza exponiendo la necesidad que había en su diócesis de cálices y ornamentos litúrgicos. Se hizo una colecta y se envió a Cracovia. Entonces no podrían pensar los fieles maños que ese obispo polaco les devolvería el favor de alguna manera, visitándolos ya como Papa.
A solas con el Señor
Por cierto que esa noche, en la habitación del Papa -una cama sencilla, una mesa, una silla, un crucifijo en la pared-, sobre la mesilla, alguien coloca una oración: Señor, yo sólo quería dormir bajo tu mirada. Esto será lo mejor de esta noche.
Cinco años después, en 1989, el Papa vuelve a España, a presidir la Jornada Mundial de la Juventud, en Santiago de Compostela. Pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, pronuncia un discurso centrado en las raíces cristianas de Europa, y en Covadonga anima a la reconquista moral del Viejo Continente.
En Asturias, habla sobre la santificación del trabajo y su base ética. El Papa pidió: «Trabajad con amor, no solamente con las manos y la mente, sino unidos a Cristo». Así vivió él, y no fue otra cosa que el amor a nuestro país lo que le movió durante aquellos pocos días en España: un proceso gripal no le impidió cumplir con el programa previsto, y quienes lo acompañaban dan fe de cómo siempre iba rezando; y cómo, cuando los demás se levantaban, él ya estaba en la capilla. Cuentan también que, de rodillas, ante la imagen de la Santina, Juan Pablo II se pasó veinte minutos orando en silencio; su secretario, el hoy cardenal Dziwisz, se acercó al arzobispo de Oviedo y le pidió que le dijera al Papa que había que continuar. «¿Por qué no se lo dice usted mismo?», contestó. Y Dziwisz respondió: «Es que a mí no me hace caso…», acostumbrado como estaba a esos momentos de especial intimidad del Papa con el Señor.
Es que a Juan Pablo II le encantaba pasar ratos a solas con el Señor; y Él le correspondía incluso en medio de su apretada agenda: en este viaje de 1989, uno de esos regalos fue la escapada que pudo hacer a los Lagos de Covadonga, donde pasó un par de horas -el doble de lo previsto- rezando y meditando el Rosario, casi a solas, con el bordón de peregrino en la mano. «Éste es el segundo paseo más bello que he dado en mi vida», confesó después.
Y otro detalle de su cercanía: en el aeropuerto de Lavacolla, en Santiago de Compostela, una de las gradas cedió al paso de la comitiva papal y una treintena de personas cayó al vacío; el Papa se interesó enseguida por ellas y quiso auxiliarlas en persona, pero los responsables del viaje lo alejaron; sin embargo, luego le comunicaron que no había heridos de gravedad y contaron que, durante todo ese rato, había estado rezando por los heridos.
Cuatro años pasaron hasta que Juan Pablo II vino de nuevo a nuestra tierra. En 1993, Europa se rompe por los Balcanes y el destrozo del materialismo ateo se hace evidente. Llega a España para participar en el Congreso Eucarístico Internacional, que se está celebrando en Sevilla, y también acude a Huelva y a la dedicación de la catedral de la Almudena, en Madrid. Juan Pablo II hablará de nueva evangelización, y nos animará: «Salid a la calle, vivid vuestra fe con alegría».
El cardenal Amigo Vallejo recuerda que «nos dábamos cuenta de que nos visitaba un grandísimo santo. Todo lo que sabemos de él ahora lo confirma, pero entonces ya veíamos, por ejemplo, que no encontraba tiempo para salir del oratorio, incluso dándose madrugones para rezar en la capilla. Se alojaba en el palacio arzobispal y siempre sabíamos dónde encontrarle: en la capilla».
Como una uva con la raspa
Este alma contemplativa le hizo buscar la compañía de otros como él; y si, a dos chicos que se saltaron el cordón en uno de sus viajes, les dijo con cariño: «Tenéis que ser buenos y rezar», en su último viaje a España, a Madrid, donde vino a canonizar a cinco Beatos y a tener un encuentro con los jóvenes, quiso encontrar tiempo para visitar, fuera de programa, el convento de carmelitas de la Aldehuela, donde está enterrada santa Maravillas de Jesús. Durante el encuentro con los jóvenes, de vez en cuando miraba el reloj y preguntaba: «¿Nos dará tiempo a ir?».
Treinta y dos años después de su primer viaje, y once después de su última visita, cabría preguntarse por los frutos: si España y la Iglesia en nuestro país serían los mismos sin todos estos detalles del Papa a la hora de venir a vernos. A veces, las respuestas a las preguntas más difíciles las dan las personas más sencillas: poco antes de venir por primera vez, en 1982, un labrador riojano de 72 años recorrió 217 kilómetros a pie hasta Zaragoza. Durante aquellos ocho días, iba rezando el Rosario, y ofreció su peregrinación «por el Papa, para que traiga mucho fruto a la nación española, ya que vemos a tantos cristianos alejados de Dios y, por desgracia, también a algunos religiosos, para que aumente la fe de tantos cristianos tibios, por nuestros gobernantes y por nuestros enfermos. Y también por los sacerdotes, porque hay algún sacerdote que dice que por qué viene el Papa a España… El Papa viene precisamente porque los cristianos nos estamos quedando como una uva con la raspa, sin los granos. Y el Papa ha venido a espolear la conciencia de los cristianos, ¡y de los no cristianos también!».
Confirmar en la fe, confortar en la esperanza y alentar las energías de la Iglesia: Juan Pablo II no hizo otra cosa durante las cinco visitas que hizo a nuestro país. Hoy, en vísperas de su canonización, su recuerdo no puede quedar en unas fotos o anécdotas bonitas, reflejo de su santidad. Para recoger el testigo y ser protagonistas de la nueva evangelización a la que nos llamó, hay que mirar adonde él miraba, y volver a quien Él buscaba continuamente: en Covadonga, en la capilla de la Nunciatura, en los oratorios que visitaba de noche, en el otro más necesitado… En 1979, durante una audiencia a un grupo de periodistas españoles que le preguntaban sobre el futuro de nuestro país -nuestro presente de hoy-, el Papa les confesó: «Siempre hubo crisis y siempre las habrá; pero las crisis pasan, y lo que queda es Cristo, su Palabra». Tenemos tarea.