En 1974, un Trabant —un pequeño coche de Alemania del Este— traqueteaba a través de los campos de Turingia, una provincia de la comunista República Democrática alemana. En el sitio del copiloto se sentaba el profesor Joseph Ratzinger, y al volante estaba Joachim Wanke, entonces asistente del Seminario local, el único en la RDA. Los dos sacerdotes, escribe Rainer Erice, periodista de la radio Mitteldeutsche Rundfunk (MDR), se encontraban realizando una excursión a las históricas ciudades de Jena y Weimar. Era un momento de relajación, durante la breve visita de Ratzinger a Alemania del Este, cuyo propósito era presentar una serie de ponencias a los estudiantes y teólogos de Erfurt.
La visita marcó el comienzo de la vigilancia a la que sometió la Stasi, o policía secreta de Alemania del Este, al profesor Ratzinger. Los documentos revelan que, en 1974, la Stasi era muy consciente de que Ratzinger tenía futuro en la Iglesia. En los informes, a pesar de que lo querían retratar negativamente, no pudieron evitar hacer alguna observación positiva. Además de alabar su gran inteligencia, destacaron: «Aunque puede parecer tímido al principio en una conversación, tiene un encanto que te gana».
¿Pero qué piensa Benedicto XVI de Lutero y de los protestantes? En su libro de 1987 Iglesia, ecumenismo y política, Ratzinger escribió que había dos Luteros: uno el escritor del catecismo, compositor de himnos y promotor de la reforma litúrgica; y otro Lutero polemista, que se centraba en el individuo, olvidándose del todo de la Iglesia. Han tenido lugar, desde entonces, muchos acuerdos y diálogos entre católicos y luteranos, además de con otros protestantes. Pero existen todavía importantes problemas: por ejemplo, en lo que se refiere al concepto de ministerio (la ordenación de mujeres y homosexuales sería un índice de ello), de autoridad y en lo que se refiere a la enseñanza moral, especialmente en el ámbito de la bioética.
El Papa no sólo es un gran conocedor del reformador alemán, sino que tuvo una importante contribución directa a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación (1999). El 3 de noviembre de 1998, mantuvo una reunión con algunas autoridades luteranas para desbloquear el acuerdo. Según el vaticanista John Allen, su contribución consistió, sobre todo, en tres acciones: en primer lugar, insistió que el diálogo ecuménico consistía en la «diversidad reconciliada», no en la fagocitación de otras confesiones cristianas. «Esto es importante para muchos luteranos en Alemania —dijo entonces Ratzinger—, quienes temen que nuestro último objetivo es su retorno a Roma». Por último, se manifestó de acuerdo en que, mientras los cristianos hemos de hacer buenas obras, la justificación y el juicio de Dios corresponde a la misericordia de Dios. Faltaría más. El obispo George Anderson, de la Iglesia evangélico-luterana de América, afirmó: «Fue Ratzinger quien deshizo el nudo gordiano… Sin él no hubiera habido acuerdo».