Decía Julián Marías, en su imprescindible libro La perspectiva cristiana: «Es un extraño materialismo el considerar que los únicos males son los económicos, y, si éstos no cuentan, se puede uno desentender de los prójimos». Ésta es, según Marías, una de las muchas adherencias históricas -la más reciente- que pervierten la esencia del cristianismo: amor.
Para estas Navidades os propongo realizar un milagro: prestar atención a nuestro alrededor para detectar en nuestro ambiente las carencias que podemos paliar. Tenemos que estar con el Papa Francisco -de corazón y de acción- para, juntos todos los cristianos, combatir todo tipo de pobreza en nuestro entorno. Desde la más grave y la más triste, a decir de la madre Teresa de Calcuta, la falta de amor, la que la hizo llorar por las calles de Londres. Es la pobreza que millones de personas viven en todo el mundo: sin nadie que las quiera, o sin querer a nadie, que aún es peor. Vivir sin amor es la indigencia psicológica más desesperante, más vergonzante, más silenciosa y más indiferente a la sociedad actual. Es la pobreza que deja arrinconados a niños y ancianos, que seca el corazón de miles de jóvenes, que extirpa la esperanza de tantos hombres y mujeres abandonados. A esa otra pobreza, la más común en Occidente, la falta de compañía verdadera, la soledad no buscada, y encontrada tras una muerte o un abandono prematuro. La soledad también del distinto, ya sea feo, o tonto, o triste, o viejo, que es aún peor aceptada.
Es necesario también que paliemos con cercanía la pobreza de recursos físicos, en los enfermos, en los discapacitados, en los recién nacidos, en los moribundos.
Como es imprescindible luchar juntos contra la falta de recursos intelectuales, contra la ignorancia, la desidia, la pereza, la falta de escuelas, la falta de libros, la falta de maestros; es urgente luchar contra la pobreza moral, contra el crimen, la discriminación, la violencia social, la injusticia. No es imposible, no son buenas intenciones, ni palabras. Cada cual puede, en su pequeña esfera de acción, ser luz y sal frente a esta pobreza moral extendida por el mundo de alta renta per cápita, que contagia a las sociedades en busca de desarrollo. Esta pobreza moral es la que nos atasca a diario en la búsqueda de salidas dignas a las diferentes crisis que atravesamos.
¿Que no hay nada que hacer? Busquemos bien cerca, seguro que existe un aumento de pobreza a nuestro alrededor en la visión física, porque cada día se necesitan más gafas, más operaciones, más paciencia, y más luz. Como también aumenta la pobreza en la visión trascendente y se necesitan más abrazos, más libros, más oraciones.
Sí, todo buen cristiano tiene que comulgar con el Papa Francisco y acudir a su llamada: se necesita cada corazón y todas las manos juntas para luchar contra el hambre en el mundo. Contra todo tipo de hambre, ya sea de caricias, de compañía, de fuerzas, de letras, de virtud, de luz, de trabajo, de pan. Claro que podemos luchar contra todo tipo de pobreza. Basta con que cada cristiano queramos mitigar una carencia cerca, la más visible en nuestro entorno, una de esas que nos saltan a la vista. Si cada uno de nosotros podemos paliar una necesidad al que está bien próximo, en esta Navidad renacerá en cada uno el Dios que quiso hacerse niño: el milagro de la Navidad.