Ediciones Sígueme publica la tercera edición del extraordinario La Estrella de la Redención, del gran filósofo judío Franz Rosenzweig (1886-1929). El editor y traductor es Miguel García-Baró, uno de los grandes especialistas en el filósofo que nos ocupa. Si su presencia en una edición es siempre garantía de calidad, en este caso es, además, una tabla de salvación para no naufragar en el océano de la filosofía.
En efecto, no es un libro fácil como tampoco lo fue la vida de su autor. Nacido en el seno de una familia judía asimilada, Rosenzweig sintió fascinación por la música ya desde niño. A los 11 años, pidió como regalo «un profesor de hebreo». Estudió Medicina para disgusto de su padre. Combatió en la Gran Guerra como artillero. En una carta de 18 de septiembre de 1917 a Rudolf Ehrenberg, encontramos el momento germinal de este libro colosal. Rosenzweig comenzó a escribirlo en agosto de ese año. El autor está movilizado. Pasa del frente a un hospital en la retaguardia. Enferma de malaria. La guerra no está perdida todavía, pero no avanza. En Rusia, el imperio de los zares se desmorona.
Quizás por ese alumbramiento en medio de las convulsiones de la historia, su lectura nos resulta tan subyugante sin menoscabo de su exigencia. Este libro se lee como quien escala una montaña o, por tomar la metáfora de García-Baró, como libraba Napoleón sus campañas: adelante, sin detenerse en plazas menores por fortificadas que estén. Hay que llegar al centro, al corazón palpitante de esta obra.
Rosenzweig la inicia con un acta de acusación presentada contra los filósofos: aterrorizan a los demás con la muerte. Consciente de ella, pero incapaz de evitarla, el ser humano no es un dios ni un objeto, sino un extra deum et extra mundum. No se detengan, sigan. No se arredren por el latín ni por las clasificaciones ni por los párrafos larguísimos. El que quiera brevedad, que lea haikus. Aquí estamos con Rosenzweig, que identifica a Dios como hilo conductor del tiempo, es decir, de cada presente que termina componiendo una ruta que conduce a Él. El autor dedica pasajes bellísimos a la estructuración de nuestra vida, en una cotidianeidad (permítanme el préstamo existencialista) organizada en torno al calendario. El shabat ya no es una fiesta bella, pero pasajera, sino la urdimbre misma que teje el año.
Aquí entramos en la nave principal de este libro catedralicio: el amor que amó primero es puro presente, es decir, siempre cargado de futuro, de promesas, de desafíos, de tareas. Ese amor no se agota en el instante, sino que dona cada instante como un comienzo. Cada momento de nuestra vida se presenta, a la luz de Rosenzweig, con un rostro nuevo rebosante de amor y de vida. Entramos en el plano profético de la obra: la redención que solo Dios puede realizar.
No deja de ser conmovedor pensar que esta obra vio la luz a la sombra de la Gran Guerra. Rosenzweig escribe sobre la redención —no, no es la redención del cristianismo, pero no le es por completo ajena— en un momento en que Alemania, la patria de Kant y de Hermann Cohen, de Buber y de Scholem, estaba arrasada por la contienda. Cuando leía algunos de sus pasajes, me venía a la memoria el esfuerzo del Círculo de Kreisau (1940-1944) por la reconstrucción de una Alemania posterior a Hitler sobre bases cristianas.
Este libro es denso y profundo, pero también muy necesario. Después de una pandemia, con Europa desgarrada de nuevo por una guerra, es más necesario que nunca mirar más allá. No deja de seducirme la idea de que Cristo, Señor del Mundo y de la Historia, de algún modo nos espera al final de la ruta —un concepto que Rosenzweig maneja en este libro— y que, como el Padre Misericordioso, sale corriendo a nuestro encuentro.
Franz Rosenzweig
Ediciones Sígueme
2021
480
35 €