Este verano, al llegar a casa después de una larga experiencia de misión en el extranjero, concretamente en México, mis padres me recibieron con un fuerte abrazo. En este gesto se concentraba todo lo que sentían y querían decirme: «¡Qué ganas teníamos de verte! ¡Cómo nos alegramos de que estés bien! ¡Te hemos echado de menos! ¡Bienvenido a casa!».
Cada año, al comenzar el curso académico en el Colegio Arzobispal – Seminario Menor de Madrid, los formadores y profesores recibimos también a cada uno de los alumnos en la puerta principal del edificio con un fuerte abrazo.
Con este gesto, expresamos lo mismo que nosotros hemos experimentado de alguien que nos quiere: «¡Qué ganas teníamos de verte! ¡Cómo nos alegramos de que estés bien!»; a los alumnos veteranos les expresamos cuánto les hemos echado de menos en los meses de verano y a los nuevos les decimos que son bienvenidos a esta casa. Este primer saludo, que ya se ha hecho tradición en el colegio, es un signo del mandato del apóstol de que todos tengan el mismo cuidado los unos por los otros (1 Cor 12, 25); este precioso versículo es el lema que nos quiere guiar este curso que ahora echa a andar: unos por otros; hoy por ti, mañana por mí. Queremos que los profesores, los alumnos y sus familias aprendamos a vivir de una manera cada vez más honda la cultura del cuidado que pone al Señor como compañero en los caminos de la vida.
Solo la fe nos enseña a ver cada mañana, cada día, que el mismo Jesús se ha hecho pequeño de nuevo y se sienta en la clase vestido con el uniforme del colegio. Pero no solo ahí. ¡Enséñanos, Jesús, a descubrirte este curso que ahora comenzamos en todos aquellos en los que vives escondido! ¡No nos dejes perder la oportunidad de darte un abrazo y de ser abrazos por Ti en aquellos que Tú tienes por preferidos!