Escribo esta reseña con temor y temblor. Una pregunta me atormenta. ¿Y si caigo en la fosa profunda de un lugar común? Pienso: «Sé que me van a llover las críticas», porque «¿quién soy yo para juzgar?». Espero que los lectores no se sientan ofendidit@s. No pretendo «hacer historia», pero hay que reconocer que «la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Y como todos llevamos un filisteo dentro, caeré yo también en «el principio de no contradicción» y donde dije digo, digo Diego. Entonces me atreveré a decir que este libro es «de lectura obligada», «como no podía ser de otra manera».
Esta obra es difícil porque es exigente. Cada una de las reflexiones que Armando Pegó Puigbó hace nos obliga a pensar, a ser críticos con expresiones, frases, palabras, que se han convertido en lugares comunes y que aceptamos y empleamos sin ningún juicio previo, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, nos sumergimos en la masa que, anestesiada, sigue lo políticamente correcto. En estas reflexiones, Pegó Puigbó hace un magnífico ejercicio de criticonear que, con permiso de Quintana Paz, creador de la palabra, me atrevo a definir como el arte de tejer una crítica para desmontar los falsos principios en los que se sostiene un hecho o, en este caso, un lugar común, porque aquí se cumple aquello que escribió Baltasar Gracián: «Tiénese por agravio el disentir, porque es condenar el juicio ajeno […] la verdad es de pocos, el engaño tan común como vulgar».
Pego Puigbó quiere homenajear con estas páginas a León Bloy, a quien considera su maestro. Y todo el libro apunta al escritor francés. En primer lugar, el título, El peregrino absoluto, hace referencia al diario escrito por el león de Aquitania entre 1910 y 1912. Y, en segundo lugar, como dice el mismo autor, «el libro que el lector tiene ahora entre sus manos reclama en su exégesis renovada el magisterio y la paternidad de León Bloy».
En esta exégesis de otros lugares comunes encontramos una denuncia profética de nuestro tiempo que se deja arrastrar por la corrección política, que avasalla con todo aquel que pretenda rebelarse contra las ideologías oficialmente impuestas, aquellas que secan el pensamiento, enfrían el alma y destruyen a la persona.
Ahora bien, escribir esto no es tarea fácil, no «es este un libro complaciente». No es difícil sucumbir a los cantos de sirena de los lugares comunes y parece imposible resistirse a ellos cuando el único dique de contención, el cristianismo occidental, parece que está «exhausto y en retirada».
Sin embargo, en el silencio de esta noche en la que nos encontramos, se puede escuchar el grito de eternidad que está inscrito en el corazón de cada hombre, porque este, no lo olvidemos, es religioso por naturaleza, porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y es, desde su nacimiento, un peregrino que busca la plenitud, lo sepa o no, lo reconozca o no. Y cuando cae en la cuenta de que aquello que anhela no se lo puede dar a sí mismo, se descubre menesteroso y busca quien se lo dé sin pedir nada a cambio.
Y, por eso, este libro es una llamada a entrar en uno mismo, donde se puede reconocer la verdad, como escribía san Agustín: «Entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad, trasciéndete a ti mismo. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende».
Quizá por esto, porque somos «como un ladrón que pide limosna a la puerta de una granja a la que quiere prender fuego», que diría León Bloy, el Absoluto ha descendido, se ha hecho carne y se ha presentado en medio de nosotros como «pobre», «abandonado», «crucificado», «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó a sí mismo», como afirma san Pablo en la carta a los filipenses.
Armando Pego Puigbó
Cypress
2021
138
15 €