Los brillos otoñales de Murakami - Alfa y Omega

Los brillos otoñales de Murakami

Maica Rivera

Octubre es el mes de Murakami. Y el otoño, su estación. Lo hace explícito en su esperado –a Murakami siempre le esperamos con más o menos disimulada emoción– nuevo libro, un compendio de ocho relatos que festejamos con mayor entusiasmo que su anterior obra –en dos volúmenes, para el olvido–.

Paciencia con las primeras páginas. Son una declaración de intenciones: Murakami abandona –ojo, solo en lo superficial, jamás en lo profundo– la metaficción de los últimos escritos y, con ella, unos tics de posmodernidad agotadora, pretenciosa, aburrida y bastante vacua, para retornar a su universo adolescente más puro. Sí, claro, con todo lo que eso conlleva. ¿Que carga las tintas en lo naíf? Sin duda. Pero, a cambio, consigue un pelotazo de simplicidad, frescura y, a la vez, y esto es lo mejor, honesta introspección murakamiana. En ese primer relato, «Áspera piedra, fría almohada», un amor pasajero adolescente nos encierra en el yoísmo y la indolencia que esa etapa de la vida a menudo implica; pero, según se avanza en reflexión, se abandonan posiciones de ensimismamiento para alcanzarse cotas literarias que nos recuerdan el lugar al que siempre deseamos que Murakami nos regrese, su mejor obra de todos los tiempos, su pieza maestra, la novela Tokio Blues. Murakami retoma sus obsesiones –¿no es, acaso, lo que nos gusta de él?–, amores platónicos, jóvenes mujeres sin rostro a las que añorar desde el recuerdo idealizado, y nostalgia por la época que denomina «purgatorio», entre etapas vitales de instituto y universidad. Mucha música, mucha beatlemanía, y mucha, mucha, mucha melancolía. Entendemos, una vez más, por qué los jóvenes fueron los primeros en aplaudir masivamente a Murakami, a pesar de que no nos cansemos de repetir que son los treintañeros en crisis quienes entienden los matices afilados de su sensibilidad.

El gran mensaje llega en el segundo relato, «Flor y nata». Nos lo deja un viejo maestro, que tiene algo de vulgar, algo de mágico y algo de fantasmagórico. Misterio, desconcierto, una invitación a «amar con el corazón, sentir profunda compasión, abrazar utopías, encontrar la fe» en nuestro interior. Se sucederán pocos temas más, el más grave, el del suicidio. Hay soledad a raudales, en pos de lo insondable. Pero todo se aborda con serenidad, con gusto por lo contemplativo mientras se encaja lo insólito en lo cotidiano, como ocurre en la delirante historia del mono parlanchín que roba el nombre a las mujeres de las que se enamora. Ojo, un personaje así solo nos lo puede colar un autor excepcional, que cae en gracia. Y qué decir del delicioso relato «Charlie Parker plays Bossa Nova».

Curioso, por cierto, que los vaivenes narrativos de Murakami lo sigan hermanando con Paul Auster –la fecha de publicación de los metaliterarios y soporíferos Viajes por el Scriptorium solo dista un año de la emocional Brooklyn Follies, por ejemplo–. Para colmo, no falta el béisbol en estas páginas.

¿Tal vez cuando estas palabras vean la luz, el Nobel vaya camino de las manos de Haruki Murakami? Este jueves se falla. Pero no hay muchas posibilidades. Siempre aparece su nombre en la quiniela por tradición, y si bien ahora nos reímos, chistes y memes mediante, con el remedo del día de la marmota literario cada primer jueves de octubre, año tras año desde hace unos cuantos, hubo un tiempo en que la posibilidad de este galardón tenía todo el sentido. La Academia hizo oídos sordos entonces al clamor de millones de lectores. Debió haberlo ganado en 2013, cuando los motores que movían la literatura japonesa popularmente eran el manga y Haruki Murakami, que, para muchos, constituyó el gran puente hacia el descubrimiento de clásicos del país como Mishima y Kawabata.

Primera persona del singular
Autor:

Haruki Murakami

Editorial:

Tusquets

Año de publicación:

2021

Páginas:

288

Precio:

18,90 €