Hace unos días se cumplieron 25 años del asesinato de los monjes de Tibhirine, en Argelia. Siempre que me encuentro con familias me vine a la mente su prior, Christian de Chergé. Dejó grabadas doce cintas comentando el libro del Cantar de los Cantares. En una de ellas formula una frase que alcanzó mi corazón cuando la leí: «Convertirse es ser atraído». Y es verdad, pues, al repasar mi historia personal, creo que la conversión supone una atracción. En mi vida, en mí y en muchas de las gentes que he conocido, he observado que las cosas más importantes las hacemos por atracción. Las grandes decisiones y vocaciones humanas se formulan por atracción.
Todos hemos sentido alguna vez en la vida una especie de conmoción que alcanza todo los que somos, pensamos y sentimos. Una conmoción de tal calibre que hace que nos movamos en una dirección o que busquemos otra. Es algo que nos mueve o, mejor, nos conmueve con tal fuerza que dispone nuestra vida a situarnos en una u otra dirección. ¿No es el amor algo así? No digo nada malo o incongruente si manifiesto y tengo el atrevimiento de decir que el amor es algo así. Estoy convencido de que el amor es conmoción y es emoción. Pero esto nos pasa también con el amor de Dios. Su amor nos convierte; al ser atraídos por Dios y su amor, cambian nuestro corazón, nuestra mente, nuestra mirada y la dirección de nuestra vida.
El Papa nos ha llamado a vivir el Año Familia Amoris laetitia, una nueva ocasión para leer esta exhortación personalmente, en todas las comunidades parroquiales, en los grupos de matrimonios y familias… Invito a su lectura a quienes podáis estar lejos de la fe y de la Iglesia por las circunstancias que fuere. Estoy seguro de que en ella descubriréis cómo el amor, que es la entraña del Evangelio, es esa experiencia que nos funda, nos da fundamento y nos hace vivir lo mejor y más importante.
En la exhortación apostólica Amoris laetitia encontraréis que se nos habla de aspectos tan verdaderos y maravillosos como el amor, la libertad, los sueños, la vida o la realidad y los desafíos de las familias; de poner la mirada en Jesús para ver la vocación maravillosa que tiene la familia cristiana; del amor del matrimonio, de ese amor que se vuelve fecundo; de todas las perspectivas pastorales que hemos de tener para anunciar el Evangelio de la familia; de cómo iluminar las posibles crisis que pueden llegar; de las angustias y también de las dificultades del matrimonio; de cómo hemos de fortalecer la educación de los hijos; de acompañar en todas las situaciones a la familia e integrar la fragilidad humana; de la espiritualidad matrimonial y familiar… ¡Qué hondura alcanza nuestra vida cuando la descubrimos y la vivimos desde el amor que Dios nos tiene! Hay una verdad que no podemos olvidar: cada uno de nosotros venimos de una historia de amor. Del amor de Dios, del amor de nuestros padres. Ni venimos de la ley ni venimos de la esclavitud. Venimos de un acto de creación, de un acto de vida.
Necesariamente tengo que recordar mi participación en el Sínodo de la Familia y todo lo que aprendí escuchando, tanto en las asambleas generales como en los grupos de trabajo, sobre la importancia de la pareja y sobre los retos a los que se enfrenta hoy, entre ellos la educación para el amor o la paternidad responsable. Abordar esos temas y otros que allí surgieron es lo que hizo el Papa Francisco regalándonos esta exhortación apostólica Amoris laetitia. Acojámosla como un regalo para la Iglesia y para todos los hombres de buena voluntad. Hay que saber leerla con el corazón del samaritano que se acerca a los problemas reales y no desde el corazón del narcisista y del fariseo que todos llevamos dentro. Es un canto de amor, es un canto a tantas y tantas historias de amor que hay en este mundo, pero, al mismo tiempo, supone abrir los brazos y el corazón a todas las familias, teniendo una mirada comprensiva y compasiva hacia quienes sufren de amor y por amor.
En este sentido, me gustaría daros unas claves para leer o releer la exhortación de Francisco:
1. Mira a la familia con nuevos ojos. Cuidemos con amor a las familias, «no son un problema, son principalmente una oportunidad» (AL 7). El Papa invita a «contemplar a Cristo vivo y presente en tantas historia de amor» (AL 59). Nuestro trabajo es claro, «nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas» (AL 246) y, por otra parte, enseñar a ver que «la fuerza de la familia reside principalmente en su capacidad de amar y de enseñar a amar» (AL 53).
2. Siente el reto de realizar una conversión pastoral que pasa por la «atención a la diversidad». Hay necesidades diversas, búsquedas diferentes, momentos vitales cambiantes… De ahí que hemos de personalizar cada día más la atención a la familia. Seamos capaces de entender que la familia cristiana es la que pone su confianza en el Señor y que cualquier familia necesita ser acompañada desde donde está y como está.
3. Asume dos tareas en la pastoral familiar: por una parte, no descuidemos el estar atentos al sentido común que tiene el Pueblo de Dios del que tanto podemos aprender, y, por otra, miremos al Señor y constatemos la capacidad que Él tuvo de conmoverse viendo la miseria y todas las desgracias humanas.
4. Hazte estas tres preguntas siempre: ¿creemos de verdad que la familia es un elemento clave en la lucha por la justicia social?, ¿creemos de verdad que la familia es la garante de la transmisión de la fe?, ¿no es en la familia donde aprendemos las cosas más importantes y definitivas de nuestra vida?
5. Asume dos retos importantes para la familia: toda familia debe sentirse en la Iglesia como en su casa y debe poder tener la ayuda necesaria para ser acompañada y para hacer discernimiento ante situaciones especiales de su vida.