El pasado 4 de diciembre, la Santa Sede publicó la Síntesis de la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, enviada al Papa León XIV por el presidente de dicha comisión, el cardenal Giuseppe Petrocchi, y por el secretario de la misma, Denis Dupont-Fauville. El documento es de gran interés porque permite acercarse al trabajo realizado por la comisión, a su naturaleza propia, a su amplitud y a su resultado.
El fruto del estudio de la comisión nos ofrece algunas directrices que es útil subrayar, porque suponen factores de claridad para el camino de todo el pueblo cristiano.
Ante todo, impresiona comprobar la amplitud del trabajo realizado, no solo desde el punto de vista temporal —recordemos que esta es la segunda comisión encargada del estudio del tema, después de que la Comisión Teológica Internacional en el 2002 se hubiese ya pronunciado sobre la cuestión, y después de una primera comisión instituida por el Papa Francisco—, sino también por la posibilidad ofrecida a todos, tras el Sínodo de la sinodalidad, de hacer llegar aportaciones sobre el tema. Dichas contribuciones han sido convenientemente estudiadas y valoradas por los miembros de la comisión. Por tanto, un primer dato que conviene destacar es la seriedad en la escucha y la valoración de todas las posiciones que la comisión ha demostrado. O, por decirlo de otra manera, la cuestión ha sido estudiada, bien estudiada y ampliamente estudiada.
En segundo lugar, la comisión ha sido muy consciente de su tarea propia y también de aquello que no era de su competencia. De este modo, ha considerado los estudios históricos y teológicos sobre la posibilidad de un diaconado femenino ordenado, y, al mismo tiempo, lo ha hecho siendo consciente de que, en último término, la decisión corresponde al Magisterio de la Iglesia y no a la discusión de las ciencias eclesiásticas. ¿Qué significa esto? La distinción entre la tarea científica y la del Magisterio nos permite reconocer que, en esta cuestión, no están en juego sensibilidades particulares, acentos o incluso opciones teológicas y pastorales diferentes, sino la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma y de su recibirse del Señor en sus elementos constitutivos. La pregunta clave en el estudio que se ha llevado a cabo no ha versado sobre la conveniencia u oportunidad de la ordenación sacramental de mujeres como diáconos, sino más radicalmente sobre si la Iglesia puede o no puede hacerlo, es decir, sobre si el no hacerlo —porque este es el dato que no se puede obviar— responde a la voluntad del Señor sobre la Iglesia o no. Todos los teólogos son concordes en reconocer que la Iglesia no se inventa a sí misma, sino que se recibe del Señor en sus elementos constitutivos. Y uno de esos elementos constitutivos es la sucesión apostólica. Así nos lo enseña la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II cuando recuerda que «el ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos» (Lumen gentium 28). Una decisión que modificase la disciplina actual del sacramento del Orden, que responde a una clara visión doctrinal del mismo, incidiría precisamente sobre este elemento constitutivo y, por tanto, correspondería al ejercicio del Magisterio del colegio episcopal presidido por el Papa. Así fue, por ejemplo, con la enseñanza sobre la sacramentalidad del episcopado propuesta por el Concilio Vaticano II. La comisión, por tanto, ha sido muy consciente de su tarea. Ahora bien, precisamente en el ámbito de esa tarea la síntesis de la comisión nos informa no sólo de las profundas discusiones en acto sobre el tema, sino de la imposibilidad de ofrecer datos histórico-teológicos seguros en favor de una modificación de la disciplina actual.
En tercer lugar, y supone una aportación muy significativa, el trabajo de la comisión muestra la necesidad de favorecer el desarrollo de la teología del diaconado, que afronte su índole sacramental como grado del orden y su misión, y permita superar lagunas e incertidumbres presentes en la actualidad. La ausencia de un diaconado permanente en muchísimas Iglesias locales es sintomática de esta necesidad. Junto a ella, la comisión recuerda la bondad de reflexionar sobre lo que llama la «diaconía bautismal», común a todos los fieles cristianos, que se encuentra en la base también de los ministerios instituidos, a los que tienen acceso varones y mujeres. En este ámbito, y teniendo en cuenta la «dimensión mariana» de la Iglesia, se abre un amplio campo para un agradecimiento explícito y una promoción decidida de la misión de la mujer en la Iglesia.
La Síntesis de la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino constituye un ejemplo de buen oficio y de seriedad teológica y pastoral, con la mirada puesta en la verdad del Evangelio y en su anuncio a todos y, precisamente por ello, libre de condicionamientos culturales ajenos a la naturaleza y a la misión de la Iglesia.