Un ángel de la paz - Alfa y Omega

Un ángel de la paz

Al padre Werenfried van Straaten, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada, le hubiera gustado cumplir cien años, pues tenía muchos planes que quería llevar a cabo, incluso tal vez aprender ruso. Sin embargo, falleció a las dos semanas de su 90 cumpleaños, el 31 de enero de 2003. Diez años después, su obra está hoy más de actualidad que nunca

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El padre Werenfried, haciendo uso de su famoso sombrero.

El padre Werenfried van Straaten consiguió que quienes habían sido enemigos mortales se ayudaran y rezaran los unos por los otros, por lo que fue nominado para el Premio Nobel de la Paz. Fue un excelente predicador, que hizo que innumerables personas «perdieran la cabeza por amor» y que le confiaran espontáneamente dinero, vehículos y joyas para los necesitados. Fue el descubridor de la Madre Teresa de Calcuta, cuando ésta, a principios de los años sesenta del pasado siglo, aún no era conocida a escala internacional, y además mantuvo un estrecho contacto con cuatro Papas y fue amigo del Papa Juan Pablo II.

El padre Werenfried, monje de la Orden premonstratense, fue un pionero imaginativo al que nunca se le acababan las ideas cuando se trataba de «secar las lágrimas de Dios». Fue el inventor de soluciones originales para la pastoral como, por ejemplo, las capillas sobre ruedas y las iglesias flotantes. Tenía sentido del humor y amaba al prójimo.

La fundación de su asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada, que inició su andadura en la Navidad de 1947, fue algo que le pasó de forma natural.

«Prometía lo que no tenía, y Dios se lo daba», rezaba el dicho en el folleto que se repartió en su funeral. Nunca actuó conforme a la lógica de los banqueros o empresarios: su éxito estribaba únicamente en su infinita confianza en Dios. Veía una necesidad y se aprestaba a aliviarla. A menudo prometió ayudas considerables sin contar aún con el dinero, pero Dios siempre le ayudó a cumplir sus audaces promesas.

El sombrero millonario

Con un sencillo sombrero negro, conocido como el sombrero millonario, reunió en el transcurso de su larga vida tres mil millones de dólares. Con su palabra enardecida, llegaba a los corazones, y también en edad muy avanzada, cuando ya estaba demasiado débil como para predicar y tenía que usar una silla de ruedas, siguió recolectando dinero con su sombrero. Hasta el día de hoy, muchos bienhechores de Ayuda a la Iglesia Necesitada recuerdan este sombrero cuando confían sus donativos a la asociación. Incluso los agujeros que, al final, tenía el viejo sombrero estimulaban la creatividad del incansable religioso, pues así podía decir con un guiño que era mejor donar billetes, pues las monedas se caerían por ellos.

El padre Werenfried, con la Beata Teresa de Calcuta.

¿Pero cuál era el secreto del padre Werenfried? El religioso no podía guardar silencio acerca de lo que había visto con sus propios ojos. A raíz de sus numerosos viajes, se le había impreso en el alma el mapamundi de la miseria. El padre Werenfried clamó que Cristo sigue siendo crucificado en el mundo, y que el Gólgota no pertenece al pasado. Para él, la necesidad siempre tenía un rostro y un nombre; nunca fue algo lejano y abstracto, nunca una cifra de una estadística. Este padre premonstratense holandés siempre mantuvo que su asociación era una «escuela del amor».

Pero el padre Werenfried no fue en primera instancia alguien que recogía donativos: fue, ante todo, un testigo lleno de compasión y respeto. Recordar a quienes eran perseguidos por la Fe y otorgarles una voz era, para él, un «deber de honor». Creía profundamente que la fuerza de Dios obraba en los débiles hombres, pues él mismo lo había experimentado; él, que pese a su imponente apariencia física, siempre había tenido una salud quebradiza. Incluso para ser párroco parecía ser demasiado débil en su juventud. Su nombre religioso, Werenfried, que significa luchador por la paz, fue programático durante toda su vida. En sus mejores tiempos, realizaba una media de setenta predicaciones al mes.

Rosario en la Plaza Roja de Moscú

El padre Werenfried fue un profeta que supo leer los signos de su tiempo. Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, entendió que otra catástrofe golpearía a Europa si no se conseguía vencer el odio que la gente albergaba en el corazón. Así, su iniciativa de reunir en Holanda y Bélgica alimentos, ropa y demás ayudas para la población necesitada alemana no fue una acción puramente humanitaria, sino una contribución fundamental a la reconciliación entre los pueblos. En 2002, Romano Prodi, por entonces Presidente de la Comisión Europea, lo calificó de ángel de la paz para Europa.

De esta iniciativa de activo amor al prójimo frente a los enemigos del ayer, surgió una asociación que, a los pocos años, estaba activa en todo el mundo. A menudo, el padre Werenfried se adelantó a su tiempo, pues ya en los años sesenta previó que el comunismo en Europa del Este iba a caer:

«Los retratos gigantes de los modernos Goliats que, desde todos los Kremlins, miran retadores hacia las multitudes, serán destrozados, y sus huesos se tornarán polvo. Los retratos cederán su sitio a los iconos, y por toda la eternidad será cierto lo que, el día de Pascua, pone la Iglesia en labios de Cristo y en los nuestros: He resucitado y estoy todavía con vosotros, aleluya. Me conduces por la mano, aleluya. Tu sabiduría es maravillosa, aleluya, aleluya».

La Historia le dio la razón, y el 13 de octubre de 1992 rezaba públicamente el Rosario en la Plaza Roja de Moscú, ante el mausoleo de Lenin. Tras el derrumbamiento del comunismo y por deseo del Papa Juan Pablo II, su «última y mayor alegría» fue poder brindar ayuda a la Iglesia hermana ruso-ortodoxa para «restaurar el amor».

Eva-María Kolmann