Última oportunidad
III Domingo de Cuaresma
El texto evangélico de este domingo continúa con la llamada a la conversión propia del tiempo de Cuaresma. El evangelista Lucas refiere que algunos –no sabemos quiénes– se acercaron a Jesús para referirle una serie de acontecimientos que habían desconcertado a sus contemporáneos.
El primero de los hechos recuerda el asesinato por parte de los romanos de un grupo de judíos que iban a ofrecer sacrificios al templo de Jerusalén. Los impuros soldados de Pilatos incurrieron en el lugar santo del templo de Jerusalén y masacraron a un grupo de galileos, mezclando la sangre de los sacrificios con la sangre de los judíos. Se trataba de un sacrilegio que exigía venganza en aquella atormentada sociedad judía sometida al Imperio romano.
El segundo hecho relata el accidente sufrido por un grupo de 18 judíos que sucumbieron por el derrumbamiento casual de la torre de Siloé. Los oyentes de Jesús intentan dar sentido al sufrimiento ocasionado en ambas situaciones absurdas: ¿por qué han muerto? En el primer caso, fueron víctimas de los soldados romanos; en el segundo, víctimas de las imprevisibles circunstancias naturales. Y en ambas, ¿por qué este sufrimiento? Es la pregunta que se hace todo ser humano en algún momento de su vida y en todas las épocas históricas. Siempre hay acontecimientos personales e históricos que conmocionan nuestra mente y nuestro corazón por el desconcertante dolor causado por el sufrimiento y por la muerte.
La tradición judía decía que si habían muerto es porque habían pecado contra Dios. Jesús, sin embargo, se opone a esta explicación oficial, provocando la ira de las autoridades políticas y religiosas. Ni los primeros fueron «más pecadores», ni los segundos fueron «más culpables» que los demás. La causa de su muerte no fue un castigo divino, ni el pago a una mala conducta. No entra a enjuiciar los motivos políticos o naturales. Y aprovecha la ocasión no para ahondar en el pasado, buscando la causa de tales desgracias, sino para mirar al futuro, previendo males más importantes. Ni unos ni otros tuvieron tiempo ni oportunidad de prepararse para la muerte, porque fue imprevista, no la esperaban. Sin embargo, los oyentes de Jesús, advertidos por tales hechos, pueden prever el final inesperado viviendo una vida según Dios, arrepintiéndose de sus pecados para lograr la salvación. Tienen oportunidad de convertirse y cambiar de vida antes de un posible fin inesperado.
Es entonces cuando acude al ejemplo de la higuera para explicar, en forma de parábola, la oportunidad que Dios nos da en el presente a la constante conversión. La higuera plantada en una viña desde hace años no da fruto. Ante tal evidencia, la paciencia del dueño se agota y decide cortarla, porque hace inútil el terreno. Sin embargo, el viñador que, muy probablemente, la plantó, la regó, la cuidó y vio crecer… pide una oportunidad más al dueño: «déjala un año más». Él mismo se ofrece a proseguir su esfuerzo y cuidarla más, para esperar su fruto.
Esta sencilla parábola de la higuera es una metáfora del pueblo de Israel y de todo el pueblo de Dios. Dios es el dueño. Nosotros somos la higuera. Jesús es el viñador. La parábola ilustra la paciencia de Dios; el amor y el sacrificio de Jesucristo por nosotros; y nuestra vida «sin frutos». Tenemos en esta Cuaresma oportunidad de arrepentirnos, de cambiar de vida, de convertirnos, mientras dura nuestro vivir. Aquellos judíos murieron sin advertencia; pero los oyentes de Jesús son conscientes del peligro de vivir sin conversión: «si no os convertís, pereceréis». Arrepentirse o perecer. Parece un duro mensaje para la posmoderna sensibilidad actual, pero es muy realista. El perdón transforma la vida del ser humano. Y no hay perdón sin arrepentimiento constante. Solo el arrepentimiento y el perdón producen buenos frutos. Y se arrepiente quien es consciente de la gracia que le espera. El que se abre a la conversión, se salva. ¡Aprovecha la oportunidad!
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos 18 sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».