Perú ocupó el puesto número uno en el ranking mundial de muertos por la COVID-19. Los ofrendó generosamente, como si de un pago a la tierra se tratara. Saliendo de la pandemia, ahora estamos inmersos en una situación política caótica que viene gestándose mucho tiempo atrás. El resultado hasta la fecha son más de 60 muertos y un millar de heridos, todos con nombres y apellidos. La mayoría de ellos son campesinos, muy jóvenes, que hablan en quechua. La zona del país más afectada corresponde al sur andino. Todos hablamos, pero nadie escucha.
En el documento final del Sínodo dedicado a la Amazonia aparece el verbo escuchar y sus derivados en 26 oportunidades, y en otras 28 el término diálogo. En Querida Amazonia, la exhortación apostólica firmada por el Papa Francisco, se rebajan las cifras: doce veces habla de escuchar y sus derivados, y en 14 ocasiones de diálogo.
Es necesario volver al Sínodo y a Querida Amazonia, germen del Sínodo sobre la sinodalidad en el que estamos inmersos. La polarización que vivimos en Perú es fruto del encapsulamiento de grupos, de la ruptura de relaciones sociales, de la ausencia de diálogo, del encumbramiento del antagonismo como forma de vinculación y de la discriminación. Las causas son muy complejas y vienen de muy atrás. La Iglesia ofrece, como alternativa, lo que es: sinodalidad.
Focalicemos en la Amazonia. Saliendo del Sínodo amazónico llegó la pandemia y nos obligó a conectarnos por videconferencia, creándose la colegialidad virtual. Los obispos amazónicos de Perú nos reunimos todos los miércoles virtualmente para conversar y avanzar propuestas. Fruto de este trabajo son las diversas comisiones, como Pastoral Indígena, Educación, Seminario Intervicarial Amazónico, Jóvenes, Rito Amazónico, Administración, Ministerialidad y Comunicación.Otro fruto es el Seminario Intervicarial Amazónico. Los ocho vicariatos —equivalentes a diócesis— de Perú nos hemos puesto de acuerdo para tener un único centro de formación. Recibimos la ayuda de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que lo va a dirigir. Firmamos un convenio con una facultad de Teología y un grupo de profesores con título para poder dar clases. Está dividido en dos sedes en las ciudades más grandes: Pucallpa con el propedéutico e Iquitos con Filosofía y Teología. Este 2023 hay siete jóvenes en el propedéutico y doce entre Filosofía y Teología.
La Comisión de Ministerialidad ha trabajado intensamente. Toda la Iglesia es ministerial y necesita que sus ministros colaboren con la comunidad de la que forman parte. En la Amazonia son muchos los laicos que dirigen las comunidades cristianas, sobre todo en los lugares más alejados. Y este dato ya debería hacernos pensar. Esta labor silenciosa necesitaría un mayor reconocimiento.
La Pastoral Indígena se ha reactivado después del Sínodo del Amazonas. Existe una interesantísima experiencia de diaconado permanente en el pueblo indígena achuar. Pero, además del trabajo más tradicional, se presentan nuevos desafíos. La mitad de los indígenas del mundo habitan en las ciudades, también en la Amazonia. Los indígenas urbanos son una nueva frontera para la Iglesia. Es importante conocerlos, acercarse a ellos, acompañarlos y compartir la vida y la fe. Todavía son un enigma para la Iglesia. En un encuentro de misioneros amazónicos que tuvo lugar la semana pasada en Lima hubo una ponencia sobre indígenas urbanos. Ojalá sirva para despertarnos en este tema.
La Comisión de Educación ha trabajado arduamente. Los vicariatos amazónicos tenemos colegios privados, internados indígenas y redes de centros en convenio con el Estado. En la ya citada reunión de misioneros una exministra de Educación nos alentaba a que hagamos propuestas educativas valientes. La Iglesia es la mayor red educativa de la selva. Insistía ella en que, en estos tiempos convulsos, las propuestas deben salir del interior del país. Debemos poner nuestras energías al servicio de los más pequeños.
La pastoral juvenil está en proceso de recomposición. Notamos cómo los jóvenes se han ido alejando poco a poco. Nuestras parroquias siguen llenas de gente, pero de personas de edad intermedia para arriba. Es un gran desafío lleno de nuevos códigos, nuevos lenguajes y nuevas expresiones. Debemos dejarnos interpelar por las culturas juveniles.
Esta cruel crisis política que vivimos en Perú cuestiona también a la Iglesia. Nuestro mejor aporte somos nosotros mismos: ser Iglesia, discípulos de Jesucristo. La Iglesia no es una democracia, pero debe aportar a estas democracias liberales lo mejor de sí misma: su experiencia milenaria de discernimiento y deliberación, sus procesos sinodales.
La mejor eclesialidad no copia, aunque se expresa en ellos, los modelos del mundo —señoríos feudales, monarquías, democracias…—, sino que debe ser una alternativa como signo del Reino. Necesitamos escrutar lo que Dios quiere para nosotros: la fraternidad en Jesús. Es posible vivir juntos siendo diferentes y buscar la unión en la diversidad.