Cuando recito el Magníficat, me siento recitando esa poesía de María que me traslada a expresiones, palabras y manifestaciones del Antiguo Testamento. Y cuando contemplo a la Virgen María pronunciando estas palabras me siento en su casa y la contemplo recitando la Palabra de Dios que era la Palabra de la que Ella vivía. Por eso, en este mes de mayo se nos da la gracia de poder contemplar más y mejor a María y nos hace ver a un ser humano excepcional, penetrado por la Palabra de Dios y viviendo de la Palabra de Dios. De tal manera que uno sale de esta contemplación entendiendo mejor cómo su amor y su bondad nacen de una experiencia profunda de Dios, de un saberse penetrada por la Palabra de Dios. La contemplación de la persona de María no puede menos que decirnos de Ella, como lo muestra el Magníficat, que hablaba con palabras de Dios y que su pensar estaba fraguado con los pensamientos de Dios. María, precisamente por esto, irradiaba amor y bondad, esperanza y sabiduría.
Por eso, acercarnos a María nos hace ver algo fundamental: que quien piensa con Dios, siempre piensa bien; que quien habla de continuo con Dios, hablará siempre bien; que quien alcanza a vivir desde los criterios de juicio que Dios nos da, vivirá siempre para los demás. Por eso la sabiduría, la valentía, la fortaleza, el bien inundará su vida y lo sabrá promover en el mundo.
Hay algo que a mí siempre me interpeló en la Virgen María: su disponibilidad para sacrificar a su Hijo, su obediencia, su fe probada, su dolor compartido. Ofrece a Dios a su Hijo como el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. ¡Cuántas veces y de formas muy distintas he contemplado la representación del anuncio a María! Me sentí muy a gusto cuando descubrí cómo el saludo en griego es «kaire», alégrate, regocíjate, con lo cual entendí que ya desde el anuncio se hacía la apertura a todos los hombres de todos pueblos y que María colabora de una manera singular a este anuncio universal.
¡Qué invitación más maravillosa a abandonarse en Dios y a poner toda la confianza en Él se nos hace a través de María! Ya desde el primer momento el ángel le dice: «¡No temas María, Dios te lleva!». Y con gran coraje y valentía la respuesta de María es clara: «He aquí la esclava del Señor». Y desde entonces la morada de Dios es María, verdadero templo, verdadero santuario en el mundo y puerta por la cual entró el Señor en el mundo.
Esas palabras del Evangelio de Lucas, «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), describen su persona. Y es que para comprender a Dios es necesario escucharlo en el silencio. Esta escucha es activa, serena, profunda. De alguna manera abre el cielo en la tierra, «me felicitarán todas las generaciones». Me agradaría que, en este mes de mayo, descubramos todos los cristianos que el «sí» de María a Dios ha de ser el sí también de la Iglesia. En María sepamos reconocer la ternura de Dios, la participación en el amor que dio a María la fuerza para un «sí» sin reservas, absoluto.