Santiago Sánchez: «Tras un año encarcelado, estoy roto por dentro, pero voy a ayudar»
Este español ha convertido el infierno vivido en Irán en un objetivo vital, «tender una mano al que lo necesite»
Vuelve a España sin rencor ni odio. Tras 15 meses encarcelado en Irán, Santiago Sánchez Cogedor tiene un solo mensaje que repite como un mantra a todo aquel que quiera escucharlo: «Sí, se puede. Este es un reto que hemos superado todos juntos. Ha sido duro, pero hemos llegado al final de la maratón».
Como si fuera una meta más que sumar a su carrera aventurera, el pasado 31 de diciembre llegó victorioso al aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid-Barajas, repartiendo abrazos entre sus amigos y familiares. Desde entonces su teléfono no ha parado de sonar con números desconocidos, la mayoría periodistas. Todavía abrumado por la repercusión mediática que ha tenido su caso y con 15 kilos menos, Sánchez Cogedor encadena entrevistas, pero no quiere hablar de las cicatrices de su tormento: «Ha sido muy duro, pero intento ser fuerte ahora y sacar lo mejor de mí. Mis amigos me regañan y me dicen que no, tío, que cuentes la verdad, que digas que has estado al límite, que digas que necesitas un psicólogo, que estás mal. Yo prefiero quedarme con lo mejor». En la última foto que colgó en su perfil de Instagram —testigo gráfico de sus andaduras solidarias para llegar a Qatar— sonríe junto a un niño iraquí en Penjwen, la ciudad que separa ese país de Irán, a cuatro kilómetros de la frontera montañosa. Era el 1 de octubre del 2022, un día antes de que comenzase su pesadilla, cuando fue detenido en la ciudad de Saqqez tras visitar y fotografiar la tumba de Mahsa Amini, la joven de 22 años a la que asesinaron a golpes por llevar mal colocado el velo. «Me acusaron de espionaje. Era una locura. Al principio pensé que era una broma pero, claro, pasaron los días, y yo seguía allí. Veía cómo colgaban a las personas», relata.
Pasó 22 días completamente aislado en una celda minúscula y sin ventanas, con la luz siempre encendida: «Hablaba con las hormigas para no sentirme solo. Les ponía personalidades; decía: “Uy, qué lista es esta…”. Me tapaban los ojos para ir al baño y, bueno, ya he contado demasiado». Por fin, el embajador español en Irán, Ángel Losada, —su ángel de la guarda como él dice— dio con su paradero y pudo hablar con él por teléfono. Fueron momentos terribles para sus allegados, sin noticias claras sobre su situación. «Mis amigos lloraron mi muerte y mi padre entregó un trozo de piel para que la Policía científica pudiera cotejar el ADN», señala.
Tras una maratón de prisiones acabó en Evin, una cárcel inexpugnable, erigida al pie de las montañas Elburz. Gracias a las negociaciones diplomáticas de la embajada con el Gobierno iraní, Sánchez Cogedor se benefició con el tiempo de ciertos privilegios penitenciarios, como la asistencia médica, poder relacionarse con los demás presos o practicar deporte. Si resistió, fue gracias a su mente: «Yo volví a viajar en esa celda. Irán me quitó la libertad, pero me dio tiempo. Tiempo que utilicé en hacer un viaje por mi interior». Un suplicio asfixiante que duró un año y tres meses en los que no tuvo un proceso justo: ni siquiera pudo hablar con un abogado.
Con todo, se siente un privilegiado: «Uno de los reclusos llevaba ahí siete años sin ver a su hija. Y me dijo: “Desde que estás tú me has dado felicidad, alegría y esperanza, y he vuelto a sonreír”. Eso es lo que me llena y lo que me da fuerzas para seguir». «El pueblo iraní es bueno —prosigue—. Me trataron como a un invitado. Cuando ellos iban a rezar a la mezquita me dejaban entrar con ellos, aunque yo iba con mi rosario». Tiene muy clara la respuesta cuando le preguntamos qué es lo quiere hacer a partir de ahora: «Estoy roto por dentro, pero voy a tenderle la mano al que lo necesite, voy a ayudar». Un proyecto encomiable, sobre todo si acabas de regresar del infierno.
La escalada de tensión que soporta Oriente Medio no se detiene. El Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) se atribuyó la autoría del atentado en la ciudad iraní de Kermán, a unos 820 kilómetros de Teherán —el más grave cometido en ese país desde el triunfo de la revolución islamista de 1978—, que causó más de 80 muertos y cerca de 300 heridos durante un homenaje al general Qasem Soleimani, asesinado hace cuatro años por drones estadounidenses. El grupo yihadista hizo el anuncio a través de un mensaje en un canal de Telegram que usa para transmitir propaganda, en el que aseguró que la doble explosión fue perpetrada por terroristas suicidas.
Este tipo de atentados son poco frecuentes en la república islámica, aunque el EI —que llegó entre 2014 y 2019 a autoproclamar un califato en Irak y Siria— ya los ha cometido en al menos otras tres ocasiones. Irán, potencia militar con avanzados programas de armamento nuclear, es el centro del mundo chiita, y, con el general Soleimani a la cabeza, jugó un papel determinante en la derrota de la organización terrorista surgida en el islam sunita. Por eso es uno de los principales objetivos de los fundamentalistas. El golpe mortífero a Irán se fraguó mientras se desborda la guerra de Gaza, en un momento en el que Hamás ha pedido a los países musulmanes que entreguen armas a la resistencia ante la ofensiva de Israel. El conflicto amenaza —como denunció el Papa— con desestabilizar aún más la región.