Valeria Collina, madre de un yihadista, busca una cura para la violencia
El vástago de Valeria Collina fue uno de los terroristas que el 3 de junio de 2017 asesinó a ocho personas en Londres. Su madre participó en el encuentro De la justicia a la fraternidad organizado por la Fundación Fratelli Tutti
Cuando el 3 de junio de 2017 Youssef Zaghba participó en el comando yihadista que acuchilló a ocho personas en Londres, su madre se preguntó qué había hecho ella mal. «Intento coser como puedo esta herida. Y lo que puedo es contar lo que imagino que sucedió», cuenta la italiana Valeria Collina a Alfa y Omega al final de De la justicia a la fraternidad, un encuentro por la justicia restaurativa celebrado el 2 de diciembre en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano y organizado por la Fundación Fratelli Tutti. «Venir es doloroso pero imprescindible porque, desde aquel acto terrible, siento la necesidad de responder a lo que hizo».
Youssef, quien tenía solo 22 años cuando perpetró el atentado en el que sería abatido, creció en Marruecos. Aunque su madre era italiana, ella se había convertido al islam y mudado allí en 1994 siguiendo a su marido. A los pocos años la relación se volvió abusiva. Collina recuerda con especial dolor 2015, cuando ella y su hijo se mudaron a la planta baja mientras su marido instalaba en el piso superior a una segunda esposa. «Fueron años complejos, de violencia. Decidí que me iría con Youssef a Italia en cuanto terminara el curso».
El 3 de junio de 2017 un grupo de tres terroristas, entre los que estaba Youssef Zaghba, condujo un vehículo por la acera del puente de Londres y atropelló a los viandantes. Después bajaron del coche para apuñalar a las personas en la zona. En total murieron ocho personas. Al día siguiente, el Estado Islámico reivindicó la autoría del atentado.
Recluidos en aquel espacio, Collina entiende ahora cómo creció la radicalización de su hijo, quien se había criado en una casa en la que «habíamos decidido no ver la televisión para no contaminar su educación musulmana». Hubo pocas excepciones. Una fue el 11 de septiembre de 2001. «Mi marido puso la tele en el salón y durante toda la tarde, cuando describían el impacto de los aviones en las Torres Gemelas, gritaba “¡Allahu akbar!”. No como aprobación, sino sorprendido de que América, el más poderoso enemigo del islam, no fuese invencible». Con 8 años, su hijo tomaba nota. El resto de encuentros de Youssef con la televisión en su infancia fueron a escondidas.
Cuando en 2015 madre e hijo volvieron a Italia, «Youssef quería ser un gran director de cine. Ya tenía un discurso muy estricto sobre la religión y quería mantenerse alejado de muchas imágenes típicas de los filmes». También comenzaron a llamarle la atención dos animes —dibujos animados japoneses—. El primero era Ataque a los titanes, ambientado en una ciudad rodeada de muros para defenderse de los gigantes que la asedian. En uno de los episodios iniciales, «uno consigue entrar y mata a la madre del protagonista». Collina piensa que «quizá yo era para él una madre que no había conseguido defender».
Durante el encuentro De la justicia a la fraternidad, Francesco Occhetta, secretario general de la Fundación Fratelli Tutti, recalcó que «debemos reconstruir una cultura de la justicia más allá de la imagen con la espada y la balanza». Coincidió con él una de las ponentes, Marta Cartabia, exministra de Justicia italiana y una de las grandes promotoras en el país de la justicia restaurativa. «Una cosa es pasar un tiempo en prisión y otra mirar a los ojos a la persona a la que has dañado», opinó. Consideró que facilitar itinerarios para que los criminales reparen a sus víctimas «no es una justicia para ingenuos que ignoran los males que suceden en el mundo, sino una justicia que mira de frente al mal y sabe que de ese encuentro puede nacer una experiencia de liberación para todos».
Otra serie que le fascinaba era Death note, donde un libro caído del cielo permite al protagonista ejecutar a cualquiera escribiendo su nombre y él lo aprovecha para acabar con el crimen. «Quizá imaginaba así a los milicianos del ISIS, como justicieros implacables pero necesarios para el restablecimiento de la justicia divina». Son intuiciones que tiene del pensamiento de su hijo. «Después de lo que sucedió fui incapaz de entender las raíces y empecé a buscar en aquel imaginario que conocía», reconoce.
«El islam no es monolítico»
Aunque ninguna pista es tan evidente como la cuenta de Facebook de su hijo. «Empezamos a tener muchísimas discusiones sobre el ISIS cuando vi en su perfil la bandera negra», señala Collina. Lamenta el acceso sesgado que su hijo tuvo a la información a través de «los vídeos propagandísticos que hablaban de distribución de comida, reconstrucción de edificios y una sociedad nueva y perfecta». Youssef llegó a proponerle mudarse juntos a Siria. «Era para él un país que le haría estar seguro de no pecar: allí la barba era obligatoria y la promiscuidad estaba prohibida, así que era un lugar donde llevar a su madre para protegerla de un islam mal practicado», se imagina. Estos razonamientos lo llevaron a aislarse, juntarse con otros jóvenes radicalizados y, finalmente, a asesinar.
Seis años después del atentado, Collina sigue luchando por perdonar a su hijo. Ha abrazado el teatro como vehículo de expresión y ha escrito y dirige L’Isola, una obra donde habla de su camino de ida y vuelta al radicalismo «con la esperanza de que sea la semilla para pequeñas curaciones en estos tiempos difíciles de polarización». También se ha volcado en el estudio de las feministas musulmanas, confiando en encontrar una aproximación a la fe más compatible con ella misma, quien participó en Bolonia de las revueltas estudiantiles de 1968 y 1969. «Hay una gran riqueza de investigación por parte de mujeres. No hay un islam monolítico», concluye.