Torturan a armenios y divulgan los vídeos en redes
El ataque de Azerbaiyán del mes pasado en Artsaj reaviva el odio religioso e imprime a la agresión el aire de yihad
Las tropas azeríes que disputan a los armenios el Alto Karabaj con la ayuda militar de la dictadura turca de Erdogan están resucitando viejas prácticas ya ensayadas durante el llamado Año de la Espada (el genocidio de 1915) para sembrar el terror entre sus vecinos. Sus agresiones militares han adquirido durante los últimos meses la apariencia de una yihad que alienta deliberadamente el odio contra los cristianos y confiere tintes religiosos al enfrentamiento étnico y territorial. Ensañarse con la fe de los armenios, bien sea por odio visceral o a modo de provocación, no es una nueva práctica. Lo que sí es nuevo es la moda de torturar a prisioneros de guerra para registrar en vídeo las crueldades y divulgarlas en redes.
«Pónganse en situación», nos dice el exministro de Justicia armenio Arman Tatoyan. «Los soldados azeríes se intercambian imágenes de prisioneros armenios torturados con emoticonos sonrientes y las comparten en las redes». El antiguo ombudsman de Ereván precisa que no se trata de un rumor. «Hemos reunido innumerables pruebas de ello. Poseemos igualmente grabaciones de testimonios que confirman que iban recogiendo cruces y las destruían. Empleados a mis órdenes charlaron con soldados que habían estado cautivos y estos les mostraron las quemaduras que los azeríes les habían hecho en las piernas al tiempo que les exigían que cambiaran de religión». Los vídeos de las vejaciones a cautivos y cadáveres distribuidos en TikTok, Telegram o Facebook a lo largo de este año son simplemente espeluznantes. Uno de los más celebrados entre muchos usuarios azeríes de las redes muestra el cuerpo inerte de una francotiradora del Ejército de Armenia completamente desnuda a la que le han arrancado el índice derecho —el que utilizaba para tirar del gatillo de su rifle— para introducírselo en la boca. El globo ocular derecho de la voluntaria aparece fuera de su cuenca y colocado invertido sobre el párpado cerrado, parodiando el modo en que apuntaba por la mira del fusil. Sobre su torso desnudo los azeríes han escrito insultos y en su cuello se aprecian las heridas propias de un degollamiento.
El soldado de Bakú que ha registrado las imágenes se regodea exhibiendo sus genitales y sus pechos a la vez que le da patadas al cadáver mientras le dirige toda suerte de improperios. El vídeo en cuestión acabó a mediados del pasado mes en un canal de Telegram conocido como jacherubka. Esta palabra es el resultado de la adición de dos términos rusos que no plantean dudas acerca de las intenciones de los soldados azeríes implicados en estas prácticas y de los parlamentarios que les alientan: rubka (molienda) y jach (literalmente, cruz). Podría traducirse al castellano de manera aceptable como moledora de cristianos. Se trata de un vocablo despectivo que suele sacarse a colación para referirse a los armenios en los ecosistemas ultranacionalistas de repúblicas postsoviéticas de población mayoritariamente musulmana como Azerbaiyán. El genocidio armenio de 1915 sigue proyectando sombras sobre la identidad colectiva de los descendientes turcos de los asesinos. De un lado, los panturianistas niegan que ocurriera y, del otro, celebran abiertamente el genocidio.
La mujer cuyo cadáver fue vejado era una voluntaria armenia que había tomado parte tanto en la primera como en la segunda guerra entre ambos países. Nagorno Karabaj es un pequeño enclave situado dentro de la República de Azerbaiyán y poblado por una minoría azerí y una mayoría de armenios. La primera colisión del Alto Karabaj —acaecida entre febrero de 1988 y mayo de 1994— permitió a Armenia hacerse con el control de la región en disputa y parte de los territorios que le rodean.
Entre el 27 de septiembre y el 10 de noviembre de 2020 estalló un nuevo conflicto que ganaron los azeríes gracias a la ayuda militar de Ankara. Merced a esta victoria, los turcos se hicieron con el control de Shusha, el segundo asentamiento más grande de Nagorno Karabaj o Artsaj, que es el nombre alternativo que los armenios dan a esa república de Transcaucasia no reconocida internacionalmente desde 2017.
Durante y después de la campaña, se documentaron numerosos crímenes de naturaleza religiosa tanto contra los cristianos como contra templos o monumentos con un valor simbólico. Organizaciones como Caucasus Heritage Watch (CHW) han proporcionado pruebas incontrovertibles de la destrucción de iglesias como la de San Sargis, situada en Susanlyb, o Mojrenes de Jojavend, en la región de Hadrut, que ahora controla Azerbaiyán en el citado Artsaj (una foto de satélite reproducida en esta información muestra el antes y el después).
La histórica catedral de Ghazanchetsots de Shusha fue también golpeada por las bombas azeríes en el transcurso del conflicto, el día 8 de octubre de 2020. En aquel tiempo, los propios azeríes divulgaron en las redes vídeos donde se exhibían destruyendo una cruz en el pueblo de Arakel o disparando contra un jachkar o cruz de piedra, también en la región de Hadrut. Fueron asimismo comunes las fotografías y los vídeos que documentaban las profanaciones de tumbas y de cementerios de cristianos armenios.
Hace algo más de un mes, en la madrugada del 13 de septiembre de 2022, las fuerzas militares de Azerbaiyán lanzaron una nueva campaña coordinada a gran escala contra el territorio armenio a lo largo del este y sur de la línea oriental de contacto, que ha agravado aún más la situación humanitaria. Hace pocos días, el 26 de octubre, el Papa Francisco recibió en audiencia al ministro armenio de Asuntos Exteriores, Ararat Mirzoyan, quien dio a conocer los problemas derivados de esa nueva agresión.