«¡Todos somos hermanos!»
La República Centroafricana se convirtió en «la capital espiritual del mundo» durante la visita del Papa, que abrió en la catedral de Bangui el Año de la Misericordia
«El Año Santo de la Misericordia llega anticipadamente a esta tierra. Una tierra que sufre desde hace años la guerra, el odio, la incomprensión, la falta de paz», anunciaba Francisco momentos antes de abrir la Puerta Santa de la catedral de Bangui.
Roma acogerá la solemne ceremonia de apertura el día de la Inmaculada, pero en la República Centroafricana el Papa ha lanzado ya una insuperable catequesis sobre el significado de un Año Jubilar que va a poner en el centro «a los enfermos, a los ancianos, a los golpeados por la vida y a todos los desesperados que no tienen ya siquiera fueras para actuar y esperan solo una limosna».
«Bangui se convierte hoy en la capital espiritual del mundo», decía Francisco al inaugurar un Jubileo que se propone ofrecer al mundo «razón de la esperanza que hay en nosotros», pecadores que «después de haber experimentado el perdón, tenemos que perdonar» a los demás.
«Los agentes de evangelización –añadía el obispo de Roma– han de ser ante todo artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación, expertos de la misericordia. Así podremos ayudar a nuestros hermanos a cruzar a la otra orilla, revelándoles el secreto de nuestra fuerza, de nuestra esperanza, de nuestra alegría, que tienen su fuente en Dios, porque están fundados en la certeza de que Él está en la barca con nosotros».
Fuera de la catedral, miles de jóvenes esperaban al Papa. «Nada de odio. Mucho perdón», les exhortó Francisco. «¿Y se puede amar al enemigo? Sí. ¿Se puede perdonar a quien te ha hecho mal? Sí», pero «con la oración». «La oración es poderosa. La oración vence al mal».
Si las palabras del Papa eran contundentes, más todavía sus gestos, como la visita al hospital pediátrico –donde la mayoría de niños morirá por malaria o desnutrición–, o la visita a la mezquita central de Bangui, en pleno Kilómetro 5, una de las zonas más violentas del país. Hasta allí acudió con el imán a bordo del papamóvil. El recibimiento popular no pudo ser más entusiasta.
Cerca de la mezquita está la parroquia de Fátima, donde se refugian unos 500 cristianos, que se arriesgan a ser asesinados por los Seleka en cuanto pongan un pie en la calle. Francisco pidió visitar ese lugar, pero los organizadores locales se plantaron. Aquello era demasiado incluso para un viaje que ha ignorado los más elementales protocolos de seguridad.
Francisco ha querido estar en todo momento en medio de la gente y alentar las esperanzas de paz de un pueblo que, por fin, ve la luz al final de un túnel, tras un conflicto que dura ya desde 2012. Las causas de la guerra son políticas, aunque algunos dirigentes han instrumentalizado las diferencias religiosas para alimentar el odio. En presencia Francisco, la presidenta de transición, Catherine Samba-Panza, pidió perdón en nombre de los políticos del país por su responsabilidad en provocar el «descenso a los infiernos» de estos años.
Esa instrumentalización de la religión ha quedado totalmente deslegitimada. «Cristianos y musulmanes somos hermanos», clamó el Papa en la mezquita, el mismo mensaje que hizo repetir a la gente durante su visita al campo de refugiados de San Salvador: «¡Todos somos hermanos!».