Todos os odiarán a causa de mi nombre, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá - Alfa y Omega

Todos os odiarán a causa de mi nombre, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá

Miércoles de la 34ª semana del tiempo ordinario / Lucas 21, 12-19

Carlos Pérez Laporta
Una mujer llora en el exterior de la iglesia de San Antonio, en Colombo, Sri Lanka, tras un atentado
Una mujer llora en el exterior de la iglesia de San Antonio, en Colombo, Sri Lanka, tras un atentado. Foto: Reuters / Dinuka Liyanawatte.

Evangelio: Lucas 21, 12-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Comentario

«Por causa de mi nombre». ¿A qué o a quién estamos dando la vida? Jesús en este evangelio pone ante nosotros la imagen de la persecución violenta: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, […] Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre». Pero, aunque intentemos huir de la persecución, la vida se sacrifica de todos modos. Es imposible guardársela. Cada vez que intentamos agarrarla y conservarla vemos perplejos como se nos escapa de las manos. La vida no está quieta, siempre se vive para algo. Siempre se entrega la vida a algo o alguien. El trabajo, la familia, el poder, el placer, el dinero… Todo exige el holocausto de nuestra vida, el tiempo único de nuestra existencia que pasa indefectible sin poder volver.

Por eso, de todas las maneras el miedo a la muerte y al sacrificio debe afrontarse para poder vivir: porque la vida es eso que hacemos hasta que nos llega la muerte insoslayable. Y si aquello por lo que vivimos no es más fuerte que la muerte, el miedo se apoderará de nosotros. Y la muerte se anticipará en cada caída, en cada fracaso, en cada pena. La sombra de la muerte lo inundará todo, si no vivimos de una verdad más fuerte que la muerte. ¿Qué es más poderoso que la muerte?

Su Nombre. Esto es, la posibilidad de pronunciar su Nombre con verdadera intimidad. Sólo quien conoce el amor personal que Cristo le tiene puede decir con verdad su Nombre. Sólo quien vive por su nombre, quien vive para Él, puede perseverar con paz en la entrega cotidiana de su vida: «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Su Nombre, así pronunciado, con la certeza íntima que Él nos da, es el «testimonio», la palabra a la que «no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro». Porque nadie tiene palabra más alta que su nombre.