Reflexión con los padres de un grupo de niños de catequesis comentando la fiesta de Todos los Santos. Les formulo la siguiente pregunta: ¿tú y yo también somos santos?
Respuesta inmediata de algunos de ellos: «Yo no quiero serlo, porque no quiero ser un extraño, ni vivir tal como nos explican que han vivido algunos santos. Ya tengo bastante con procurar ser una buena persona. Lo de ser santo está hecho para otros».
Reunión con un grupo de jóvenes a los que planteo la misma pregunta, comentando una película. Pienso en san Francisco. La respuesta: «De ninguna manera. Quiero ser normal. No quiero vivir la vida sin pasármelo bien. Además, es imposible porque hago muchas cosas que no están bien…».
Lamentablemente, muchas personas –también algunos creyentes– tienen una imagen o convicción muy desfigurada de la santidad.
Por ello, esta fiesta de Todos los Santos ha de ayudarnos a vivir pensando en cada uno de nosotros.
Concretando: la jornada de Todos los Santos nos recuerda que la Iglesia ha hecho su lista de santos y santas, de beatos y beatas, para que sean modelo y punto de referencia para nuestras vidas. No hay que olvidar una lista todavía mucho más larga, incontable, la lista de Dios, formada por una multitud de mujeres y hombres, jóvenes, niños. A algunos los hemos conocido, nos han querido y los hemos amado, nos han transmitido la fe, y por medio de sus manos hemos recibido la gracia de Dios en los sacramentos. Han vivido dejándose amar por Dios, acogiendo su amor, amándolo con todo su corazón, y ahora son totalmente felices; son bienaventurados o santos porque gozan de Dios.
De hecho –y ésta es la respuesta a la pregunta–, la fiesta nos recuerda que nosotros somos santos y deberíamos vivir como tales. ¿En qué sentido lo somos? ¿Porque somos cristianos y lo hacemos todo bien? ¡NO! Sino porque Dios nos reconoce como hijos suyos, y lo somos.
En la primera carta de san Juan hallamos esta afirmación: «ahora somos sus hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es».
Somos santos porque Dios nos hace hijos suyos, y nuestra responsabilidad es vivir como tales.
Y esta filiación es motivo de felicidad. Por eso, en esta fiesta se nos recuerdan las bienaventuranzas, la proclama de felicidad de Jesús.
Las bienaventuranzas son experiencia del propio Jesús. Y desde su experiencia pueden ser proclamas de felicidad para todos nosotros, pese a que nos parezcan el mundo al revés. Por tanto, los santos son los felices.
Son quienes saben vivir de forma sencilla, sin pretensiones, y sin egoísmos.
Los que asumen las pruebas de la vida y confían en el consuelo de Dios.
Los que viven siguiendo la verdad, evitando el engaño y la falsedad.
Los que viven con compasión, sufren con los otros y ello les hace sufrir.
Los que son pacificadores y limpios de corazón.
Los que sufren por la justicia y por la fe.
Ser santo es gozar de la experiencia de Dios que nos hace felices, sobre todo en aquellas situaciones que objetivamente no parecen motivo de felicidad.
Por todo ello hoy podemos felicitarnos, ya que somos hijos e hijas de Dios, ¡santos y santas!