La aportación de la identidad gitana a la Iglesia
En España actualmente hay tan solo cuatro sacerdotes de etnia gitana. A pesar de seguir siendo un pueblo estigmatizado, les sostiene una fe «con carretas y guitarras»
«Cuando digo que me llamo Antonio no hay problema, pero la mirada cambia cuando menciono mis apellidos: Heredia Cortés». Él es uno de los cuatro sacerdotes gitanos que hay en España y, desde La Alpujarra granadina, afirma orgulloso que su vocación «es mariana» porque la descubrió un mes de mayo. Desde joven ha cultivado una sensibilidad especial hacia los más pobres y reconoce la influencia que tuvieron en él sus maestros de escuela, que eran el matrimonio comunista del pueblo, así como la figura de Manuel Vílchez, un sacerdote ermitaño con el que estuvo viviendo dos años. «Me enseñó que la fe se concreta en el cuidado de la tierra y de los hermanos que no cuentan para la sociedad».
Desde la otra punta del mapa, en Barcelona, Juan Muñoz cuenta que, cuando les dijo a sus padres que quería ser sacerdote, el rechazo fue total. No aceptaban que no tuviera descendencia y llegaron a estar año y medio sin hablarle. En La Mina, su barrio de toda la vida, la gente aún le conoce como el cura Arajai, que significa sacerdote en idioma caló, la lengua utilizada especialmente por los gitanos.
Antonio y Juan tienen en común su sacerdocio, pero también una identidad gitana que ambos entienden como una forma concreta de vivir y entender la fe. «Ser gitano dentro de la Iglesia es una gracia de Dios», dice Heredia. «Significa teñir la vida del color de las flores y vivir con el matiz de la alegría».
El pasado 8 de abril, con motivo del Día del Pueblo Gitano, el obispo y encargado de esta pastoral en la Conferencia Episcopal, José Antonio Satué, dirigió unas palabras a la «querida familia gitana» de la Iglesia. En ellas, recordó el primer congreso mundial romaní que tuvo lugar en Londres el 8 de abril de 1971 y en el que se establecieron la bandera y el himno gitanos, afirmando que esta fecha «nos recuerda quiénes somos y nos une al sufrimiento que se manifiesta hoy en las familias que pasan necesidades». El obispo quiso también brindar por todas las barreras superadas por el pueblo gitano, recordando los valores cristianos que transmite y que nuestra sociedad tanto necesita.
Satué instó a no olvidar nunca las raíces y la cultura gitanas, que recuerdan al mundo entero la importancia de la familia y el respeto a los mayores. «Recordad que sois hijos de Majarí Calí (Virgen gitana en el idioma caló) y hermanos de nuestros beatos Emilia y Ceferino, cuyo recuerdo e intercesión nos animan».
Con este mensaje, exhortó a todo el pueblo gitano a ser sal de la tierra y luz del mundo. «Salgamos, pues, a evangelizar, anunciemos: “¡Somos gitanos, somos pueblo de Dios, somos Iglesia!”».
Actualmente en España los sacerdotes gitanos se pueden contar con los dedos de una mano: aparte de Antonio y Juan, se encuentran Cayetano Escobedo, de 90 años y retirado en Granada, y también Pepe Planas, que tiene ascendencia materna gitana y vive en Málaga. Estos cuatro sacerdotes conforman un reflejo de un pueblo —cuyo día se celebró el pasado lunes, 8 de abril— que, a través de unas costumbres muy concretas, vive la fe con unas características peculiares. «El pueblo gitano siempre ha sido nómada y de carretas», asegura Juan, «y donde hay carretas hay guitarras». De hecho, ninguno de ellos duda en arrancarse a animar la Eucaristía con cantos y palmas. La experiencia gitana es viva, de afectos y alegría, y estas formas también expresan ese sentimiento interior que brota de lo más profundo del corazón. De hecho, Pepe sostiene que el baile y el cante flamenco son formas de evangelización: «Hay gente que viene a la iglesia solo por la música y es ahí donde les meto el mensaje de Jesucristo». Todo ello sin banalizar ni hacerlo superficial si no, más bien, valorando los silencios y siendo conscientes de estar alabando al Señor también con el cuerpo. La fe es alegría y la comunidad gitana la festeja con todo su ser.
Sin embargo, aún hoy persiste cierta estigmatización y rechazo. «La mayoría de la gente nos relaciona con barrios marginales y miseria, y esa no es la realidad gitana», asegura Antonio. «Al final, todavía hoy se oye: “Si es gitano, qué puedes esperar”», dice Antonio, seguido de un largo silencio.
Ceferino Giménez, conocido como el Pelé y beatificado en 1997, fue el primer gitano beato de la historia de la Iglesia. Y 20 años después le siguió la primera mujer: Emilia Fernández, la Canastera. Ambos mártires son ejemplo de que la santidad no es para unos pocos. Pepe admite que ellos, como párrocos, tienen «el reto de ser puentes y lugares de encuentro», y reconocen la necesidad de más presencia gitana en las instituciones, también eclesiales, de forma que se siga valorando la aportación del mundo gitano a la Iglesia universal.