«Toda vocación está para el servicio»
Dos seminaristas explican cómo viven su llamada a servir de cara al Día del Seminario, que la Iglesia celebra este fin de semana con el lema Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino
Cuando Javier Pastor, Javi, empezó Secundaria cogió la costumbre, «sin saber explicarte muy bien por qué», de rezar todos los días un rato en la capilla aprovechando el recreo. Así «se fue fraguando una amistad con Jesús» que le llevó a decirle que sí cuando vio que «me estaba pidiendo ser sacerdote». A sus 23 años, en sexto curso en el Seminario Conciliar de Madrid y a punto de ser ordenado diácono, Javi vive la «explosión definitiva» de ese servicio sinodal al que alude el lema del Día del Seminario de este año: Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino. Se celebra este fin de semana, 19 y 20 de marzo, coincidiendo con la solemnidad de san José. El servicio lo aprendió Javi en su familia; lo perfeccionó y amplió al entrar al seminario, porque «ahora se trata de servir no solamente a gente que tiene mi misma sangre», y lo lleva al extremo en la etapa pastoral, cuando «ya te desvives». En realidad, «toda vocación está para el servicio».
A Javi lo destinaron este curso a la unidad pastoral Buen Pastor y Nuestra Señora del Consuelo, en Vallecas. Entre semana vive en el seminario y estudia su máster en Teología Dogmática. Los viernes se desinstala, en un anticipo de lo que será ya siempre su vida, y se traslada a una vivienda parroquial que comparte con otro compañero del seminario «para hacer fraternidad; el seminario pone mucho acento en esto». La parroquia para Javi ha sido la constatación de su vida de servicio, fundamentada en el amor. «Tengo muchas ganas de que la gente descubra que yo les quiero muchísimo». Y algo debe haber de eso, porque los viernes por la noche hace una adoración con jóvenes, no muy concurrida, pero al encuentro que tienen después se suman más, «quizá porque se sienten queridos». Los sábados no hay nada fijo, y ahí está Javi que decidió organizar un campeonato de fútbol con la idea de relanzar la liga que había en la vicaría, y montar un grupo de monaguillos. Y los domingos es la locura total. Además de las Misas, está el grupo de Life Teen –«muy árido», con adolescentes muy heridos por desencuentros entre amigos, desamores…– los de Confirmación, las reuniones de catequistas y de padres, y un grupo por la noche de universitarios.
La vida de Javi interpela. Su juventud atrae. «A la gente lo único que le mueve es ver que eres capaz de dar la vida por cosas grandes». En el trato con las personas él se renueva, «pero lo que realmente me llena de esperanza» son los ratos de sagrario, esa vuelta al amor primero, «que luego es lo que yo comparto a la gente». Es «esto de rezar», que estaba al principio de su vocación y sigue ahora. Javi es uno de los 87 futuros sacerdotes del seminario de Madrid, que apela a la generosidad para sufragar los 15.000 euros al año de alojamiento, manutención y formación de cada uno. Toda la información para colaborar se encuentra en seminariomadrid.org/ayudanos.
Dios en las personas con discapacidad
Y de Madrid, a Burgos. Hablamos con Guillermo Pérez Rubio, seminarista de cuarto curso, que nunca tuvo, dice, una especial sensibilidad hacia la discapacidad. Pero las prácticas que hizo como parte de sus estudios de Magisterio en Apace, una asociación de atención a personas con parálisis cerebral, supusieron un vuelco. Coincidía que Dios ya le estaba rondado sirviéndose de las inquietudes que se le despertaron mientras se preparaba también la DECA para dar clases de Religión. Allí conoció a un sacerdote con el que inició un acompañamiento y un discernimiento. «Lo mío fue un retorno a la casa del Padre» porque en realidad él, que había estudiado de pequeño en un colegio jesuita, pensó «hasta aquí hemos llegado» tras confirmarse. Apace fue la confirmación de que Dios lo llamaba. «Señor, ¿qué quieres de mí?», le dijo al llegar. Y ahí, en esas personas que le miraban desde su silla de ruedas, «me encontré a Dios que me aseguraba: “Te necesito; necesito tus manos para atenderlos”». En la asociación aprendió eso que luego se trabaja en el seminario y que forma parte del lema de este año: «Yo no importo, estoy aquí para los demás».
A raíz de todo esto, Guillermo hizo un curso básico de lengua de signos, y en el seminario se les abrió el cielo cuando entró porque en Burgos la pastoral del sordo llevaba prácticamente muerta desde hacía casi 15 años. «A ver si puedes echar una mano…», le insinuaron. Desde segundo, el joven está involucrado. Junto al sacerdote que lleva la pastoral y dos mujeres sordas organizan una Eucaristía en lenguaje de signos cada tercer sábado de mes, en la parroquia San Martín de Porres. La preparan los viernes, porque hay que traducir la Palabra ya que el lenguaje «es difícil», no es tan literal. Ya en la Misa, Guillermo lee todas las lecturas, las mujeres van interpretando en lengua de signos y el sacerdote celebra y predica con la voz y con las manos. Desde este año, utilizan proyecciones en Power Point como una ayuda visual a los signos. En la iglesia se congregan un grupo de 15 personas sordas y los fieles que no lo son, porque la idea es la integración entre ambas comunidades: que los sordos se abran y que los que no lo son los conozcan mejor. «También son cristianos y tienen ese deseo de Dios», remata.