Joaquín Nieto: «Toda la sociedad pagará la uberización»
El Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos concluye este viernes su encuentro mundial en Ávila. Representantes de 42 países, líderes sindicales y el director de la oficina de la OIT en España han analizado los nuevos retos a los que se enfrenta el mundo del trabajo
A nadie le extraña comprar una prenda de ropa fabricada en China, Bangladés o Marruecos. El fenómeno de la deslocalización ha revolucionado el mercado laboral mundial en las últimas décadas, y no necesariamente para bien. De los millones de personas que fabrican en el Tercer Mundo productos textiles para los países ricos, muchos no tienen cubiertos sus derechos más básicos.
Más novedoso resulta solicitar por el móvil un coche de la plataforma Uber en vez de coger un taxi, o pedir comida a domicilio y que la lleve a casa un repartidor de Deliveroo en bicicleta. Estos nuevos servicios pueden contribuir a aumentar la precariedad y disminuir los derechos laborales del mismo modo que ya lo ha hecho la deslocalización de fábricas. De hecho, en torno a estas empresas ya han surgido conflictos sociales como la guerra de los taxistas contra Uber, o la huelga de repartidores de Deliveroo, una empresa que está siendo investigada por la Inspección de Trabajo.
El nuevo panorama laboral también preocupa a la Iglesia. Esta semana Ávila acoge el encuentro del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, que pretende iluminar este ámbito a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Uno de los expertos invitados ha sido Joaquín Nieto, director de la oficina en España de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Nieto enmarca la uberización (por la marca Uber) dentro de un marco más amplio, la «economía gig». Gig en inglés significa bolo: un artista va a un local, actúa y cobra. Del mismo modo, las nuevas tecnologías hacen posible que las empresas tengan a su disposición multitud de trabajadores, sin sueldo fijo ni contrato. Cobran por encargos puntuales: trayecto en coche o reparto, pero también traducciones a menos de un céntimo por palabra.
Las críticas a estos nuevos modelos económicos contrastan con su éxito social.
El servicio que ofrecen puede estar cubriendo huecos de oferta que no existían antes, o haciéndolo a un menor precio. Esto es legítimo.
¿Es una muestra del auge de la economía colaborativa?
La economía colaborativa tiene un futuro espléndido. Pero es una palabra equívoca. Puede designar a entidades más colaborativas, como BlaBlaCar [para compartir coche en viajes, N. d. R.], o a fenómenos no colaborativos, sino desequilibrados e injustos como Uber. Aparenta ser una asociación de personas para ofrecer un servicio. Pero un juez de Londres sentenció que no es así; que es una empresa con miles de trabajadores, que establece cómo deben realizar su trabajo y si no, los penaliza. Están a disposición de la empresa, pero sin contrato. Las condiciones de trabajo es el segundo aspecto de estas empresas que tener en cuenta.
¿Cómo es eso posible hoy?
Normalmente entran en el mercado buscando huecos para proponer nuevas formas de relaciones económicas que no entran dentro de la regulación laboral. Adoptan formas muy variadas. Una de ellas es el contrato de cero horas: el compromiso de la empresa hacia la contraparte va desde las cero horas hasta la jornada completa, pero a esta se le exige que esté disponible.
Además de la precarización, se alerta de que parte de algunos sectores pasará a la economía sumergida. ¿Qué más implicaciones hay?
El trabajo no es una mercancía, porque lo desarrollan personas y estas son sujetos de derechos. Pero en estas nuevas relaciones no se tiene en cuenta el trabajo ni la persona que está detrás. Además en algunas de ellas los trabajadores no existen como tales, no hay contrato ni relación laboral, y por tanto no tienen representación. Cualquier relación de este tipo tiene que ser laboral, no falsearse para esquivar las obligaciones de toda empresa.
¿Esto afecta al resto de trabajadores, o solo a los implicados?
Toda la sociedad pagará que se pierdan derechos laborales, que se devalúen los salarios o haya menor protección social.
¿Es posible regular un campo en el que cualquier empresa puede crear un tipo distinto de relación con sus trabajadores?
Sí. Las autoridades no pueden mirar para otro lado. Si se deciden y ponen unas reglas no se podrá empezar una actividad con relaciones laborales de hecho pero intentando esquivarlas legalmente. Estos casos deben ser abordados por el derecho del trabajo; cuanto antes mejor, y con la participación de todos los implicados, incluidos los trabajadores. También debe regularse en relación con las normas de los sectores que ya ofrecían ese servicio antes. Se debe dar una solución de conjunto desde los derechos laborales reconocidos: trabajo decente, sin discriminación, en condiciones saludables, con una remuneración que permita vivir dignamente y con protección social, también frente al desempleo, la jubilación.
¿Cómo afronta la OIT este cambio en el modelo laboral?
Estamos investigándolo y enmarcándolo en un debate a nivel mundial sobre el futuro del trabajo. Hay otros cambios: la demografía, las migraciones, las cuestiones ambientales… No queremos solo comprenderlos sino ver cómo actuar desde el punto de vista de la gobernabilidad, de forma que se favorezca una mayor prosperidad, justicia e igualdad, que son las condiciones para una mejor convivencia. Justicia y paz son inseparables. Nuestro objetivo es influir en estos cambios desde la perspectiva de la justicia social y la sostenibilidad ambiental. El éxito vendrá si la transición se hace de forma negociada y justa. Si es desordenada y con las fuerzas del mercado desbocadas solo habrá más desigualdad.
En el mundo hay 200 millones de parados, el 60 % de trabajadores están en la economía informal y millones más no tienen un trabajo digno. Tras estos datos hay rostros: cartoneros latinoamericanos, surcoreanos que trabajan para gigantes como Samsung, «empleados de la hostelería de Castellón que viven siete u ocho en una habitación —cuenta Charo Castelló, copresidenta del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos (MMTC)—, gente que tiene un contrato de una hora hoy y otro en una semana…».
Abordar esta problemática ha unido en Ávila a obispos como el responsable de Pastoral Obrera de la CEE, monseñor Antonio Algora; o los obispos de Ávila y Calahorra y La Calzada-Logroño, con representantes de la Confederación Europea de Sindicatos, CC. OO., UGT y USO. Del 15 al 18 se celebró un seminario internacional y, hasta este viernes, la asamblea general, con representantes de 42 países y la presencia del presidente de la CEE, cardenal Blázquez.
El encuentro tiene como lema ¡Tierra, techo y trabajo para una vida digna!, y coincide con el 50º aniversario del MMTC. Bebe de su reflexión en los últimos años: «Hasta ahora —explica Castelló— el empleo garantizaba el salario, y la cobertura cuando estábamos enfermos o éramos ancianos. Pero nos preocupa si la economía que estamos creando va a generar empleos para todos. El trabajo es más que una fuente de ingresos: dignifica a la persona. Y, sin él, ¿qué va a garantizar que cubra sus necesidades básicas?». Por eso, piden dos cosas: que se avance hacia la creación de trabajo digno, y que se cubra «un mínimo para la vida de todos, renta básica o como se quiera llamar».
En un mensaje al encuentro, el Papa ha animado «a perseverar en sus esfuerzos para acercar el Evangelio al mundo del trabajo y también para que la voz de los trabajadores siga resonando en el seno de la Iglesia».