Tiempo de Tabor - Alfa y Omega

Cuando vino a visitarnos la COVID-19, en la parroquia decidimos crear un espacio de silencio y de contemplación. Lo llamamos Tiempo de desierto. Quizás los momentos en los que la vida te da más reveses son también un tiempo privilegiado para interpretar y aprender. Mi amigo Vicente nos ha acompañado mes a mes en esa tarea de iluminar y de beber de las fuentes de la buena noticia. Este año, para no caer en la facilidad de las rutinas, quisimos darle una pequeña vuelta de tuerca y cambiamos el nombre del espacio por el de Tiempo de Tabor. No era solo por darle un nuevo enunciado, sino sobre todo por ofrecer un prisma que destacase la belleza de la vida que se nos ha dado. Queríamos observar una realidad que se transfigura ante nuestros ojos: una realidad muchas veces compleja, dura, hostil, agresiva; pero en otras ocasiones amable, dulce, serena y generosa. Pretendíamos leerla buscando la mirada de Dios a través de nuestra mirada. Ciertamente, no podemos más que dar gracias. No se trata de si somos muchos o pocos; no hay tampoco que tirar de currículos ni de apariencias. Solo dejarse salpicar los ojos de vida, de esa vida que el Espíritu ya se encarga de hacer saltar por el aire entre las aceras, correr por los bares y dibujar en los atardeceres.

Al final de cada encuentro se produce un breve coloquio. Varias personas hablan con la confianza y la sencillez de los pequeños de los que se rodeaba Jesús. Parece que Él también nos acompaña desde una esquina de la sala, observando en silencio: sin prejuicios, escuchando cada palabra que se pronuncia y, también, aquellas que no llegan a pronunciarse, con la ternura de aquel que se hizo todo con todos para llegar a algunos. El Tabor nos recuerda que Jesús sigue haciéndose presente cada vez que nos reunimos sedientos de verdad, y que se escapa por las rendijas cuando utilizamos esa verdad para creernos mejores que los otros. Y mientras andamos enredados en preocupaciones, en tantas actividades y organigramas, en fórmulas jurídicas y administrativas, Él sigue dibujando en el suelo con su dedo esperando que, en vez de piedras, llenemos nuestras comunidades de misericordia y de acogida, de espacios transfigurados para un mundo sediento de luz, de comprensión y de amor.