Ser o quedar atrapado en las redes. Esa es la cuestión que plantea, con una pizca de drama shakespeariano, el documental que acaba de estrenar Netflix y que se ha convertido en una de sus apuestas ganadoras para este inicio de curso. El dilema de las redes es un documental dramatizado sobre las oportunidades, y especialmente sobre los peligros, que las redes sociales ocultan. En algo más de hora y media, desfilan exdirectivos de las grandes tecnológicas para hablarnos de su desencanto. Todos ellos tratan de despertarnos de un hechizo que ya ha durado demasiado tiempo: el de creer que toda la vida es pantalla y que las pantallas, vida son.
Como arranco en Me desconecto, luego existo, o como hacen bestsellers del tipo La fábrica de cretinos digitales (Michel Desmurget), quizá deberíamos preguntarnos por qué los que más saben de esto limitan (e incluso eliminan por completo) el tiempo que sus hijos pasan enredados en Instagram, Tik-Tok, Twitter y demás pájaros que andan volando por el océano digital.
«Nada grande acontece en la vida de los mortales sin una maldición», comienza el documental, citando a Sófocles. «Si no pagas por el producto, el producto eres tú», nos recuerdan en una puñalada certera, que te deja tocado y con ganas de apagar la pantalla en ese momento.
Hay, finalmente, propuestas para llamarnos a formas sencillas de acción. La manera en cómo funciona la tecnología no es inamovible. Necesitamos un diseño humano, una ciencia con conciencia, un planteamiento ético que no sea mera excusa estética para industrias con problemas de reputación.
Hay que verlo. Este dilema es ya un documental de referencia. Les aseguro que, después de ¿disfrutarlo? se lo van a pensar dos veces: una cuando se hagan el selfi y otra cuando decidan con quién compartirlo.