Realeza obliga: el espectáculo de pompa y circunstancia que hemos vivido con la coronación de Carlos III de Inglaterra nos invita a echar la vista atrás a una serie, ya convertida en clásico, que ha ido desgranando las joyas de la corona británica. The Crown, uno de los éxitos más notables de la plataforma Netflix, estrenó a finales del año pasado una esperadísima quinta temporada. Como no podía ser de otra manera, ya se ha encargado Netflix estos días de colocarla en el escaparate, a rebufo de la actualidad, y el efecto contagio ha unido ficción y realidad para volverla a poner de moda entre los espectadores.
Lo cierto es que la cuarta temporada había dejado el listón tan alto que nos temíamos que no iba a ser posible superarlo. No es que, en este caso, haya habido quinto malo para contradecir al popular dicho, pero el bajonazo con respecto a lo anterior es importante.
Aun así, merece la pena sumergirse en estos nuevos diez episodios en los que transitamos por aquellos años 90, no tan maravillosos, y en los que el barco de la Corona (por utilizar una metáfora de la que se sirve la serie) estuvo a punto de irse a pique.
Los escándalos matrimoniales entre Carlos y Diana sirven de espoleta para una temporada horribilis, parafraseando aquel famoso annus horribilis (1992) que proclamó en su histórico discurso la reina Isabel, al que no le faltó ni un castillo de Windsor en llamas. Un retrato coral agradecido, con un punto folletinesco en esta quinta entrega que, en cualquier caso, bien vale unas horas ante la pantalla. La mejor telenovela de la televisión, según The Telegraph, acusa el desgaste, pero no nos cabe sino agradecer lo visto y desearle larga vida a esta Corona en serie.