Testimonios sacerdotales ante el Santísimo, en el fin del Año Sacerdotal. «¡Vale la pena, Señor, vale la pena!»
Al término de la procesión del Corpus Christi en Madrid, antes de que el Santísimo regresara al interior de la catedral, un joven sacerdote ofreció su testimonio, y pidió al Señor que infundiera ánimos a más jóvenes, para que se atrevieran a darle un Sí confiado y decidido. Pidió también vocaciones la madre de un sacerdote y de un seminarista, vocaciones que deben tener su origen en la familia cristiana. Y un sacerdote ordenado hace 60 años intentó explicar lo que siente un sacerdote durante el milagro de la consagración
Don Isaías Barroso, párroco de San Juan Crisóstomo:
Señor mío y Dios mío: aquí me tienes. Hace sesenta años que recibí la ordenación sacerdotal. Sesenta años, Señor, celebrando todos los días la Santa Misa. Sesenta años administrando tu Perdón en el sacramento de la Penitencia, llenando de paz y gozo los corazones. Sesenta años de trabajos y luchas, de alegrías y penas, con el gozo de tenerte, día tras día, junto a mí; a mi lado siempre, en la Sagrada Eucaristía, consolándome, animándome y amándome con locura.
Gracias por el ejemplo de mis hermanos sacerdotes; y perdón, Señor, por no haber sabido amarte como te mereces. Hoy quiero desagraviarte, como nos ha pedido el Papa, junto a todos los que estamos aquí, con unos versos de Lope de Vega, el poeta de Madrid, que reflejó muy bien en este soneto lo que sentimos los sacerdotes al consagrar cada día tu Cuerpo y tu Sangre en el altar:
«Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto,
que arrepentido de ofenderos tanto
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos,
que por las sendas de mi error siniestras
me despeñaron pensamientos vanos;
no sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
Vos le dejéis de las divinas vuestras».
Señor y Dios mío: aquí me tienes…
Doña Teresa, y su marido, don Juan Ignacio de la Mata:
Señor mío y Dios mío, realmente presente en la Sagrada Hostia: Tú me has concedido una de las mayores gracias que puedes conceder a una mujer: ser madre de un hijo sacerdote y de otro que ahora es seminarista y está en camino. Te pido, Señor, por todas las familias cristianas, para que sean verdaderas Iglesias domésticas, en las que surjan vocaciones para toda la Iglesia. Te pido, Señor, por todas las madres: para que sepamos sembrar en el corazón de nuestros hijos, desde muy pequeños, el deseo de seguirte y de hacer tu Voluntad con plena generosidad. ¡Danos muchos sacerdotes, Señor! ¡Danos seminaristas santos, sacerdotes santos, como el Cura de Ars! Señor, que la mies es mucha y los obreros pocos!
Don Mariano Funchal:
Soberano Señor Sacramentado: soy un sacerdote joven de veintinueve años. Recibí la ordenación sacerdotal en el mes de mayo, hace un mes y cuatro días. Creo que estás aquí, verdaderamente presente, con tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu Alma y con tu Divinidad; y quiero adorarte.
Señor: entre esta muchedumbre hay cientos de jóvenes. Entre ellos hay muchos —Tú lo sabes— que se están planteando la vocación sacerdotal. Ilumina su entendimiento, Señor. ¡Enciende su corazón, para que, cuando digan con sus labios Haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame…, se decidan a entregar la vida entera a tu servicio!
¡Vale la pena, Señor, vale la pena! Porque Tú, sólo Tú, eres el Amor con mayúsculas. Sólo Tú puedes colmar el ansia de Amor infinito de un corazón joven.