Como miembros del Cuerpo de Cristo, su resurrección y su victoria sobre el pecado y la muerte nos alcanza también a nosotros. Por lo tanto, hay motivos fundados para la alegría, la esperanza y la celebración, ya que hemos sido convocados por pura gracia a formar parte activa de la comunidad del Resucitado. Dios, que nos precede en el amor, nos acompaña también en cada instante de la vida, por la acción fecunda del Espíritu Santo, para llevarnos un día a participar de su gloria por toda la eternidad.
Quienes tenemos la dicha de experimentar la presencia del Resucitado en nuestras vidas, no podemos dejarnos vencer por la tristeza y el desánimo. El encuentro con Cristo tiene que llenar de gozo el quehacer de cada día y las relaciones con nuestros semejantes, ayudándonos a ser testigos más auténticos del amor y de la misericordia de Dios. Ya no podemos vivir bajo la esclavitud del pecado, puesto que hemos sido engendrados como hombres nuevos en el Bautismo. Renovados en justicia y santidad por el Espíritu Santo, hemos de abandonar lo viejo y lo caduco para vivir en la libertad de los hijos de Dios.
Esta gran noticia de la resurrección de Jesucristo tampoco podemos guardarla únicamente para nosotros. Con profunda alegría y convicción, como las mujeres y los primeros discípulos del Señor, hemos de comunicarla, decirla y testimoniarla a los hermanos, porque su resurrección es para todos. Por lo tanto, superando los miedos, la pasividad espiritual y los cansancios, quienes hemos tenido la dicha de encontrarnos con el Resucitado hemos de actuar siempre con la audacia y la convicción del discípulo misionero, conducidos por el Espíritu, que nos precede y acompaña siempre.
Desde la comunión con Cristo resucitado, salgamos sin miedo al encuentro de quienes viven en las periferias humanas. No nos quedemos en el lamento y en la queja permanente, pensando sólo en las dificultades. Si confesamos a Jesucristo como Dios y hombre, sabemos que Él tiene el poder de cambiar nuestro corazón y el de nuestros hermanos. Él puede renovar nuestra capacidad de amar, ayudándonos a mostrar la alegría del Evangelio y la certeza de la resurrección a todos los hombres.